‘Escribir puede ser fastidioso, pero jamás aburrido’

Escritor. En su estudio, acompañado de libros y su perro Cafu.
Escritor. En su estudio, acompañado de libros y su perro Cafu.

DAMIÁN DE LA TORRE AYORA

Su casa es un museo de figuras de acción. Desde luchadores como el Ultimate Warrior junto a los héroes y villanos de DC Comics y Marvel, hasta una colección de Tortugas Ninja y el hallar a personajes de Family Guy o Bryan Cranston, a lo Heisenberg, con un gesto que te dice: ‘la vida es un instante peligroso, pero hay que arriesgarse’.

Todos ellos son los custodios de los libros que rebosan en los anaqueles que pueblan la casa de Roberto Ramírez Paredes, escritor que ganó el Premio Aurelio Espinosa Pólit por su novela ‘No somos tu clase de gente’, que empezó a circular desde el 25 de enero, día de la premiación oficial del galardón.

Meses atrás, Ramírez no escondía la alegría por el premio, una alegría que se mantiene y que hace juego con sus muñecos, esos guiños a su infancia.

En su estudio, donde los libros y las figuras continúan llenándolo todo, y acompañados de su mascota Cafu -“el George Clooney de los perros”, dirá Ramírez-, arranca la charla sobre su obra ganadora, donde el Lléntelman, el Gallina (Guille) y la Leona (Gardenita) son parte de La Calle de las Mascotas, donde disfrazados promocionan los locales del lugar, así como buscan que el progreso no termine sobrepasando a lo humano.

Roberto, con el lenguaje coloquial empleado y el desparpajo en que dices las cosas, al igual que la frescura, me parecía leer a Xavier Velasco. ¿Lo has leído?

Lo que me dices me entusiasma mucho, porque cuando uno publica la obra ya no te pertenece y está abierta a que se interprete libremente y se hagan los encuentros literarios que cada uno crea. Nunca he leído a Velasco, pero quiero leerlo, me compré hasta un libro -dice, mientras señala la obra del mexicano en un librero-. No puedo hablar de una influencia, pero cuando vino a Quito, a una Feria del Libro, me pareció un buen tipo. De lo que entiendo, ahora es un autor de los más reputados: lo que me dices lo tomo como un halago.

En la novela, el Lléntelman hace una categorización de belleza y accesibilidad de las mujeres. ¿Podrías autoevaluar así tu obra?

De la A a la D es la belleza, y la accesibilidad es del 1 al 4. De belleza le doy una B; de accesibilidad un 3.

¿Está buena la novela y fácil de conquistar, súper accesible?

A un libro le conviene ser súper accesible, porque así se pasea por las ferias y hay oportunidad de que te lean más.

En el libro, la construcción de un centro comercial muestra un avance al futuro y una mejora para el turismo. ¿Querías esbozar esto señalando que en estos avances se sacrifica el patrimonio más grande: lo humano?

El hacer estéticos a los lugares, va en desmedro de la gente, del comercio honesto y pequeño, del patrimonio humano. Recordarás que hace algunos años había el plan de cambiar todos los vendedores del Centro (Histórico de Quito) y poner embajadas. A mí eso no me parece, pues es una gran desfachatez. En Quito tenemos el Centro Histórico vivo más importante de América, y su atractivo no solo radica en las iglesias, sino en la gente que habita en ese espacio: que un jubilado se siente junto a un joven desempleado mientras una señora les vende una espumilla me parece un cuadro maravilloso. Las ideas turísticas estéticas deberían ser superadas por un turismo de comunidad. La novela reflexiona sobre cómo por embellecer una ciudad le quitas su alma.

Ese embellecimiento también aplica en las personas, como lo muestran tus personajes…

Cuando creaba el personaje de Gardenita, me interesaba que ella fuese atractiva, para también quitar algunos prejuicios. Me interesaba dar una idea de que cualquier persona que se proponga algo, puede generar el cambio, sin importar su procedencia o su físico. Nos movemos en patrones de estética y clase social, y lo que quería mostrar era que esta clase media, media baja, intenta una revolución, así sea fallida, pero intenta un cambio.

¡Lléntelman al poder!

Más bien no imitaría nada del Lléntelman, me parece un tipo despreciable.

Pero un interesante personaje, y tus personajes potencian a los estereotipos, sea cuando los derribas o los reafirmas…

Lo que me interesaba, al menos al inicio, era el hablar de estereotipos; pero, al final, cuando se avanza en la novela, te das cuenta que es gente de a pie, que se ven inmiscuidos en un sistema injusto. Lo que me interesaba era reflejar que todas las personas pueden meterse en el cambio, por eso admiro mucho a los movimientos sociales.

Lo triste es que la mayoría de veces fracasan esos movimientos…

Sí, lastimosamente. Como lo que ocurrió en la Revolución francesa: se terminó con la monarquía y arrancó un gobierno donde se perfila la democracia en Occidente como la conocemos hoy. Pero ahí viene el fallo: si no mutas, si no hay un cambio real, todo termina convirtiéndose en algo tan podrido como lo anterior. En ese sentido, el Lléntelman encarna a esta revolución, en la cual los buenos terminan siendo los malos de la película.

¿Al igual que la revolución ciudadana?

Al parecer, sí. La revolución ciudadana empezó como algo bueno, pero no tuvo la capacidad de mutar y así cavó su propia tumba. Así explicas que las dos cabezas del movimiento no se soporten. Eso dice mucho de su capacidad de mutación.

La Gallina quiere ser escritor y, en un momento, la Leona se cuestiona que debe ser lo más aburrido el pasarse escribiendo. ¿Es así de aburrido?

No es aburrido, para nada. Incluso, puede ser fastidioso, pero jamás aburrido.

¿Qué es lo aburrido de la literatura?

Lo que encuentro aburrido es la actitud que toman ciertos lectores. Por ejemplo, algo que yo también hacía: el tomar un libro y tener una tenacidad insoportable de leerlo así no te transmita nada, así no conectes. La escritura y la lectura no son aburridas, pero las actitudes que tomamos pueden volverlas aburridas.

Más allá de los disfraces, la novela cuestiona a las apariencias. ¿Una sociedad cargada de apariencias es lo que jode al ecuatoriano?

Es lo que molesta al mundo. Todas las sociedades tienen problemas con las apariencias. Mientras el capitalismo siga dominando y te obliguen a adquirir bienes para que te veas más bonito, el disfrazarte de éxito, no le veo salida.

En tu propuesta se denuncia, pero no desde el costumbrismo. ¿Los narradores de ahora van cuestionando sin caer ya en aquello?

Ecuador debe ser el país donde el costumbrismo estuvo mucha más tiempo arraigado. Los que nacimos a finales de los 70’ y en los 80’ tenemos otra formación y la influencia de la televisión. Siento que estamos más abiertos al mundo. Pero que no se mal entienda, pienso que lo que hicieron los autores del 30’ o los Decapitados cumplió su función y fue una etapa de grandes escritores. Lo que sí siento es que la edición de libros debe ser más equilibrada. Se continúa imprimiendo a granel a autores como Palacio o De la Cuadra, y está muy bien; pero pienso que si le bajamos unos ejemplares y editamos libros de los nuevos desconocidos autores ecuatorianos vamos a cimentar a la nueva literatura. Eso favorece a la creación literaria, a un diálogo entre pasado y presente.

Perfil
Roberto Ramírez

° Escritor ecuatoriano (Quito, 1982). Estudió Comunicación y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, una maestría en Creación Literaria por la Universidad Pompeu Fabra, y actualmente cursa el Doctorado de Filología de la Universidad de Barcelona. Es autor de ‘La ruta de las imprentas’, ópera prima con la que fue finalista del Premio Latinoamericano a Primera Novela Sergio Galindo.

FRASE

«La novela reflexiona sobre cómo por embellecer una ciudad le quitas su alma”.