El mundo feliz en el que vivimos

OBRA. La novela predijo avances tecnológicos como la fecundación artificial.
OBRA. La novela predijo avances tecnológicos como la fecundación artificial.

Por Lenin V. Paladines Paredes • La ciencia ficción ha sido históricamente un subgénero de la literatura considerado fuera del canon. Muchas veces confundida con la fantasía, la ciencia ficción supera la literatura y se inserta en otros medios de consumo, como el cine, la televisión o la divulgación científica.

Una característica fundamental del género es la incorporación de elementos reales, obtenidos a través del método científico, en la creación de narraciones con argumento ficticio.

Por eso que, en muchos casos, la ciencia ficción ha servido de anticipo a avances científicos reales, consolidados siglos después de que estos aparecieran como ‘invenciones’ de los escritores.

Novela

En 1932, el británico Aldous Huxley publicó ‘Un mundo feliz’, su obra más conocida y relevante en la actualidad. El autor fue hijo de Thomas Henry Huxley y hemano de Julian Huxley, eminencias en la biología evolutiva, defensores y promotores de las teorías de Darwin sobre la evolución de las especies. Este contexto familiar produjo en él cierta inspiración para el contenido de algunas de sus obras, entre ellas, ‘Un mundo feliz’.

La trama gira en torno a la imaginación de un futuro supuesto, en el que la humanidad ha conseguido suprimir la mayoría de ‘distracciones sociales’ y convertirse en una comunidad utópica.

Huxley anticipa descubrimientos científicos relevantes, como el desarrollo de la fecundación ‘in vitro’, el uso de drogas para el control de las emociones y el comportamiento, y la manipulación genética.

Previsiones

‘Un mundo feliz’ es, también, una crítica a la sociedad occidental de los años 30. Huxley fue tan visionario como para darse cuenta de que, una vez superado el boom de la Revolución Industrial, las brechas sociales empezarían a acentuarse y previó los resultados que traería la revolución tecnológica.

Michel Houellebecq, en su novela ‘Las partículas elementales’ (1998) retoma la idea de Huxley y la emplaza en una sociedad temporalmente evolucionada. Houellebecq sostiene que, si bien Huxley imagina su sociedad moderna libre de deseo, que ha visto sus problemas solucionados por la tecnología y la asignación sistemática de roles, olvida una cuestión fundamental: la individualidad.

Houellebecq se da cuenta de que, en la actualidad, la publicidad, el consumismo y la mayoría de avances tecnológicos están orientados a explotar el sentido único del individuo, a hacerle sentir diferente a los demás, a personalizar los servicios que consume para permitirle seguir el camino de la búsqueda eterna del por qué de la existencia.

La idea de Houellebecq termina con la reflexión sobre la libertad sexual del individuo. Si en ‘Un mundo feliz’ las necesidades sexuales de procreación son eliminadas -al existir la tecnología suficiente para generar seres humanos en matrices plásticas-, la necesidad de mantener relaciones sexuales con el objetivo de procrear, y por tanto socializar, se convierten en deseos inútiles. Es esa visión utopista del escritor británico la que se desmonta en la crítica a ‘Un mundo feliz’.

Ambas novelas son un recurso útil para mirarnos en un espejo. Los avances tecnológicos nos han permitido mostrar toda nuestra faceta narcisista, creando identidades alternativas en plataformas virtuales, aislarnos gracias a la telematización de los servicios, y depender de artefactos tecnológicos paratodo.

Resulta irónica –y, a la vez, justa- la felicidad que Huxley describe en ‘Un mundo feliz’. El ser humano busca, a pesar de las circunstancias y contra cualquiera de los obstáculos, la respuesta a la pregunta fundamental que los pensadores griegos se hacían miles de años antes: ¿Cuál es la función que tenemos como especie? Huxley se dio cuenta de que las herramientas que construimos son un intento errado de solucionar ese problema filosófico, pues seguimos buscando la respuesta entre la química y el metal de las mismas herramientas que no nos dejan ver el panorama completo, igual que los hombres que veían en las sombras de las llamas el mundo imaginario que deseaban.

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