Disuadirles

Cuando se emprende cualquier actividad humana, el motor es la ilusión, el interés, la audacia o la notoriedad, sin que falte el idealismo y la convicción, así esté ayuno el auténtico talento. Borges fue invitado a la lectura de trabajos de jóvenes poetas, quienes leyeron sus creaciones. Preguntado Borges qué aconsejaría a los jóvenes e inexpertos vates, contestó sonriente: “Disuadirles”. “El arte sucede” decían los antiguos o “El espíritu sopla”, advierte la Biblia. Igual sucede en la política: ni el líder se improvisa ni la suerte está de ningún lado. El doctor Camilo Ponce comentaba: “La política es un cuarto lleno de humo, todos salen llorosos”.

Tal observación vale cuando hay 18 aspirantes a la presidencia de la República, por lo menos 14 sin esperanza de disputar los primeros lugares. Tal dispersión de tiempo y personas resta seriedad a la próxima lid electoral, pues no se podrán conocer con amplitud los planes y proyectos de gobierno, tal vez ni las voces de la mayoría de candidatos. Surge una palabra que aúpa tales aventuras: demagogia. Vocablo de origen griego que se refiere al arte o estrategia para dirigir al pueblo, para luego convertirse en el empleo de falsas promesas difíciles de cumplir para manipular al pueblo como instrumento de ambiciones políticas.

América Latina ha sido víctima de tal proceder –con su propio consentimiento–. Hemos abundado en demagogos, sin ideales, como los Trujillo, Somoza, Perón, Fidel, Maduro, Ortega, los Kirchner, López Obrador. Los resultados son evidentes y han dejado naciones sin prosperidad, sin libertades, ajenas a la democracia, llenas de patrones grandes y pequeños, que han acudido al crimen y al saqueo. Hoy, en Estados Unidos, país de ejemplar democracia, también ha surgido un presidente y candidato sin “enmienda”, Trump.

En el Ecuador hemos vivido la demagogia de Correa. Olvidarlo no es fácil cuestión, pues tiene seguidores que se presentan como candidatos proclamando con cinismo que quieren “recuperar la Patria”, cuando lo que aspiran es tener poder y conservarlo. Hay que “disuadirlos” en las urnas, por su falta de méritos y peligrosos antecedentes.