Política de la melanina

En muchos países desarrollados ha terminado por imponerse la exasperante manía de asumir que todo tiene que ver con raza y racismo. En Ecuador, en contraste, hay una curiosa omisión del tema racial en la discusión política y pública, pese a que la evidencia, año a año y elección tras elección, demuestra su decisiva importancia. En ese sentido, las próximas elecciones resultan, hasta el momento, escalofriantes.

Contra todo pronóstico, Guillermo Lasso y Jaime Nebot han logrado dejar a un lado la proverbial aversión mutua que se tenían. Ahora sí, estamos ante una suerte de fuerza blanca nacional unificada, representada por un binomio del que hasta sus apellidos parecen sacados de la política conservadora ecuatoriana del siglo XIX.

Se trata de una candidatura integrada por dos hombres blancos, prósperos, de la tercera edad, uno de ellos riquísimo y extremadamente religioso y el otro un cultísimo ilustrado del más rancio abolengo. En el mismo lado del espectro político aparece, como aspirante a vocero del agro, uno de los más destacados miembros, por consanguinidad y por servicios prestados, de la más exclusiva argolla guayaquileña. Al otro lado, las fuerzas del expresidente Rafael Correa han optado por un delfín mestizo que, junto con el expresidente Lucio Gutiérrez y el líder indio Yaku Pérez, encarnan un perfil de político muy diferente, abiertamente popular y despreocupado por el canon occidental. Nuestro abanico político parece definirse en función de la melanina, pero preferimos mirar al otro lado y fingir que la raza no tiene nada que ver al momento de votar.

Cada vez más, Ecuador parece estar conformado por dos grupos: el primero siente una indisimulable vergüenza de lo que Ecuador es, por lo que sueña siempre con un tipo de progreso que consiste no solo en desarrollo económico, sino también en la destrucción, enmascarada bajo civilización, de esa cultura e identidad contemporánea que desprecia; el segundo simplemente quiere infiernizar la vida del primero, en venganza.

Ambos se medirán en las urnas, pero vale recordar que desde hace mucho los ecuatorianos no eligen a un ilustre y blanco civilizador de ciudad para que los gobierne. ¿Por qué habrían de hacerlo ahora?

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