Exigir lo imposible

Cerca de elecciones la opinión pública, los periodistas exigen un gobierno auténticamente democrático, honesto, con un plan de gobierno claro, que destierre la injusticia, el crimen, la pobreza, la desigualdad social, que proteja el medio ambiente, que logre empleo para todos, que no contradiga a nadie y que no cometa errores.

En pocas palabras, el paraíso bíblico, cuando hay una herencia funesta: inmensa deuda externa e interna, poca inversión nacional y extranjera, añejo Código del Trabajo, Constitución que establece derechos y prescinde de obligaciones. Constitucionalmente el Estado es el dueño de todo. Es el engañoso socialismo (populismo) del siglo XXI.

Es factible lo imposible. Lo han intentado los revolucionarios, explotando el idealismo y la esperanza de que todo será perfecto si tenemos metas casi imposibles. El fracaso ha sido de los opinantes que lo exigen, entre ellos el pueblo, pues lo imposible sucede cuando se ponen los medios, el talento, acaso la vida para obtenerlo.

Colón llegó a América porque se embarcó en una aventura, exponiendo sus conocimientos, buscando ayuda económica e inmenso valor. Se llegó a la Luna porque sus realizadores fueron científicos eminentes, astronautas entrenados, inmensa inversión y ambición de un país entero. El hombre logra lo imposible cuando lo busca, no cuando simplemente lo exige. Quienes lo piden a gritos por lo general tienen “un carácter imposible”, ajenos a las la limitaciones humanas.

Hay críticos que no reconocen la “hazaña” de haber condenado a los perpetradores del caso Sobornos. Los periodistas, la jueza Daniella Camacho, la Fiscal Diana Salazar, los jueces de la Corte Nacional hicieron posible que suceda un acto de justicia, sustentados en la investigación, leyes y evidencias instrumentales del delito. Se arriesgaron –no faltaron presiones- a fallar en contra de exfuncionarios y empresarios privados.

Lo positivo se obtendrá cuando la mayoría ponga el hombro y no exculpe cualquier falta. Aceptar un juicio es hacerse sabio. Viejo aserto que ignoran los correístas contumaces, algunos aún impunes.