OTRO PAÍS, OTRA EDUCACIÓN

Para la mayoría de los ecuatorianos, el 7 de septiembre de 2020, fue un día de expectativas, incertidumbres y temores. El dictamen judicial alrededor de delitos por corrupción política, social y económica trajo una sincera y pasajera complacencia; también, reflexiones sobre la cultura de deshonestidad, enquistada en las estructuras profundas de nuestra sociedad.

Pensamos también en cómo todo el desarrollo de denuncias, investigaciones, declaraciones y desenlaces, fueron receptados y procesados, en el impacto en adultos, niños y jóvenes y en el nivel de conciencia alcanzado para juzgar los acontecimientos.

Para analizar el tema utilicé un silogismo: si la sociedad está corrompida y la educación es parte de la sociedad, también la educación está corrompida. Si es correcto lo anterior, la interpretación es dura: la educación siendo el espejo de la sociedad y una de las causas de la corrupción, nos lleva creer que ya hay una predisposición para esa práctica.

Pero, algo es cierto, la corrupción se infiltra y graba en el inconsciente, va formándose paulatinamente, como dice una exministra de educación, Rosa María Torres, no es una práctica improvisada o casual, es una actitud que se cultiva y cosecha.

Por lo mencionado y porque nos irrita escuchar de gente de todo nivel, la lapidaria frase de que “ser honesto es ser pendejo”, debemos querer urgentemente otro país, pero necesitamos de otra educación. Los modelos educativos y pedagógicos están obsoletos, la corriente conductista que significa para los niños y jóvenes: excesivo control, vigilancia y dependencia, debe ser reemplazada por otra que forme personas responsables, independientes, críticas, con opiniones y respuestas propias. ¿Difícil?.

El cambio debe comenzar, el propio Ministerio y su Dirección Nacional de Investigación tiene la responsabilidad de sistematizar investigaciones internacionales, realizar propias o al menos cumplir con una Agenda Nacional, ya dispuesta desde hace un año.

Otro país con otra educación, tema para investigar.

Fabián Cueva Jiménez