Hacia un nuevo sistema alimentario

Hasta el 31 de diciembre del 2019, los objetivos de un sistema alimentario radicaban en disminuir el impacto provocado por el rápido crecimiento demográfico, la urbanización y los cambios en los hábitos de consumo; incluso se hablaba de proporcionar alimentos nutritivos y ayudar a ofrecer mejores oportunidades de subsistencia de forma medioambientalmente sostenible.

Para diciembre del 2019, según el INEC, el índice de pobreza en el país era 38%. En el Plan Nacional de Desarrollo (PND), se fijó como meta reducir la tasa de pobreza multidimensional de 35% a 27,4% hasta 2021. Desde el 1 de enero del 2020 hasta hoy, el hambre y el confinamiento causaron cambios sustanciales en la manera de visualizar los sistemas de alimentación. Prueba de ello, es por ejemplo que el país vuelve a la práctica del trueque para evitar la etapa intermedia entre el productor y el consumidor.

Esta actividad se enmarca en el concepto de proveer alimentos a la población más vulnerable, la misma que no tiene recursos económicos y necesita ya sea de un bono o de una canasta básica para poder subsistir. El aumento de la pobreza y desempleo supone que un mayor número de personas no podrá pagar la etapa intermedia entre el agricultor y el vendedor, definiéndose la misma como el proceso de trasporte, cadena de frio, y demás actividades.

El gobierno y los sectores de producción están en la obligación de redefinir el sistema de gestión de alimentos, apuntando a una disminución de precios en el producto final en base a un mejor proceso logístico y de tratamiento de los insumos.

La reducción en el precio de los alimentos se debe fijar según los nuevos costes de producción, considerando un mayor requerimiento de desinfectantes pero, a la vez, basado en una realidad en la que la liquidez es la principal desventaja.

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