El país de los reyes

Si un mendigo se encontrara un saco lleno de dinero, debería elegir entre dos opciones. La primera es tener. Sería adquirir aquellos bienes y experiencias que por lo general un mendigo no tiene: salir corriendo a comprar cosas lujosas y entregarse a diversos placeres. La pasará muy bien, pero tarde o temprano el dinero se agotará y ya no tendrá cómo asumir el costo. No podrá seguir invitando a sus supuestos amigos, ni renovar su guardarropa y no podrá darle mantenimiento a su lujoso carro ni a su bonita mansión. Volverá a ser mendigo, tal y como les ha sucedido, proverbialmente, a tantos deportistas y artistas que no supieron administrar la prosperidad.

La segunda opción es ser. Sería intentar asimilar, dentro de sus posibilidades, todos aquellos conocimientos y facultades que le permiten a alguien dejar de ser pobre. Aprender a fabricar y vender todos esos productos y experiencias que el resto desean, en lugar de salir corriendo a comprarlas. Así, la riqueza se multiplica y el escape de la pobreza suele ser, dentro de lo que cabe, definitivo.

Lo lógico, común y predecible es elegir la primera opción. A la larga, por un lado, hay que ser un completo masoquista para, pese a contar con los recursos, sufrir educándose; por otro, a nadie suele importarle lo que pase a largo plazo. Por último, y lo más importante, los seres humanos solemos ser vanidosos y creer que nos merecemos siempre lo mejor. Cuando nos encontrarnos un saco de dinero, no entendemos que es mera suerte, sino que preferimos verlo como una especie de dádiva divina.

Ecuador es un mendigo que ha elegido una y otra vez la primera opción. No aprendemos, no fabricamos, no vendemos, no ahorramos, solo esperamos encontrarnos el próximo costal. Es que en el fondo, y lo mostramos en el maldito garbo con el que siempre le exigimos cosas al resto, al Estado y al mundo, estamos convencidos de que somos reyes. De que nos lo merecemos.

Las sociedades que eligen ser en vez de tener lo hacen porque hay momentos, como este, en los que los sacos llenos de dinero valen muy poco.

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