Ego, rival del buen juicio

Mariana Velasco

Egos que carcomen a quienes ostentan el poder, quiebre del sistema institucional, rabietas, cortinas de humo, justicia a la medida, sobredosis al esparcir miedos y fuerzas armadas no obedientes sino dirimentes, son síntomas de la elevada temperatura en América Latina. Lo gratificante sería plantar una idea que trascienda a quien la sembró, que sobreviva a los egos y al tiempo.

Evo Morales cayó por sus propios errores: se empecinó en defender un conteo de votos que todos descontaban como viciado. En el camino de esa obstinación, el expresidente perdió el respaldo de sus socios de siempre. Uno por uno, desde mineros e indígenas hasta la COB, el sindicato obrero, lo abandonaron a medida que la oposición se hacía fuerte en la calle. Las estocadas finales pusieron los motines policiales y el comunicado de las Fuerzas Armadas.

Creer que el éxito económico y la estabilidad política lo habilitaban a desoír la voluntad electoral de los bolivianos y a moldear las normas, con la ayuda de la justicia, para adaptarlas a su sueño de ser un presidente eterno. Como sucede con la dirigencia de otros países, Morales pensó que avanzar contra la pobreza y poner dinero en el bolsillo de la gente son condiciones suficientes para gobernar sin atender otras aspiraciones de la sociedad.

La economía, su gran catapulta doméstica e internacional, mostró sus debilidades en los últimos años. Pese a que la pobreza bajó de 38% a 15% desde 2006, la caída del precio del gas, el creciente déficit fiscal y la reducción de las reservas comenzaron a limar la popularidad y cuando ésta intentaba levantarse, la demora del gobierno en combatir los incendios en la Amazonía, en agosto pasado, le dio un nuevo golpe.

Si en Ecuador las expectativas son las de equidad económica y la igualdad de acceso a la educación, salud o vivienda, en Bolivia son las de la alternancia democrática y el fortalecimiento institucional.

[email protected]

Mariana Velasco

Egos que carcomen a quienes ostentan el poder, quiebre del sistema institucional, rabietas, cortinas de humo, justicia a la medida, sobredosis al esparcir miedos y fuerzas armadas no obedientes sino dirimentes, son síntomas de la elevada temperatura en América Latina. Lo gratificante sería plantar una idea que trascienda a quien la sembró, que sobreviva a los egos y al tiempo.

Evo Morales cayó por sus propios errores: se empecinó en defender un conteo de votos que todos descontaban como viciado. En el camino de esa obstinación, el expresidente perdió el respaldo de sus socios de siempre. Uno por uno, desde mineros e indígenas hasta la COB, el sindicato obrero, lo abandonaron a medida que la oposición se hacía fuerte en la calle. Las estocadas finales pusieron los motines policiales y el comunicado de las Fuerzas Armadas.

Creer que el éxito económico y la estabilidad política lo habilitaban a desoír la voluntad electoral de los bolivianos y a moldear las normas, con la ayuda de la justicia, para adaptarlas a su sueño de ser un presidente eterno. Como sucede con la dirigencia de otros países, Morales pensó que avanzar contra la pobreza y poner dinero en el bolsillo de la gente son condiciones suficientes para gobernar sin atender otras aspiraciones de la sociedad.

La economía, su gran catapulta doméstica e internacional, mostró sus debilidades en los últimos años. Pese a que la pobreza bajó de 38% a 15% desde 2006, la caída del precio del gas, el creciente déficit fiscal y la reducción de las reservas comenzaron a limar la popularidad y cuando ésta intentaba levantarse, la demora del gobierno en combatir los incendios en la Amazonía, en agosto pasado, le dio un nuevo golpe.

Si en Ecuador las expectativas son las de equidad económica y la igualdad de acceso a la educación, salud o vivienda, en Bolivia son las de la alternancia democrática y el fortalecimiento institucional.

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Egos que carcomen a quienes ostentan el poder, quiebre del sistema institucional, rabietas, cortinas de humo, justicia a la medida, sobredosis al esparcir miedos y fuerzas armadas no obedientes sino dirimentes, son síntomas de la elevada temperatura en América Latina. Lo gratificante sería plantar una idea que trascienda a quien la sembró, que sobreviva a los egos y al tiempo.

Evo Morales cayó por sus propios errores: se empecinó en defender un conteo de votos que todos descontaban como viciado. En el camino de esa obstinación, el expresidente perdió el respaldo de sus socios de siempre. Uno por uno, desde mineros e indígenas hasta la COB, el sindicato obrero, lo abandonaron a medida que la oposición se hacía fuerte en la calle. Las estocadas finales pusieron los motines policiales y el comunicado de las Fuerzas Armadas.

Creer que el éxito económico y la estabilidad política lo habilitaban a desoír la voluntad electoral de los bolivianos y a moldear las normas, con la ayuda de la justicia, para adaptarlas a su sueño de ser un presidente eterno. Como sucede con la dirigencia de otros países, Morales pensó que avanzar contra la pobreza y poner dinero en el bolsillo de la gente son condiciones suficientes para gobernar sin atender otras aspiraciones de la sociedad.

La economía, su gran catapulta doméstica e internacional, mostró sus debilidades en los últimos años. Pese a que la pobreza bajó de 38% a 15% desde 2006, la caída del precio del gas, el creciente déficit fiscal y la reducción de las reservas comenzaron a limar la popularidad y cuando ésta intentaba levantarse, la demora del gobierno en combatir los incendios en la Amazonía, en agosto pasado, le dio un nuevo golpe.

Si en Ecuador las expectativas son las de equidad económica y la igualdad de acceso a la educación, salud o vivienda, en Bolivia son las de la alternancia democrática y el fortalecimiento institucional.

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Egos que carcomen a quienes ostentan el poder, quiebre del sistema institucional, rabietas, cortinas de humo, justicia a la medida, sobredosis al esparcir miedos y fuerzas armadas no obedientes sino dirimentes, son síntomas de la elevada temperatura en América Latina. Lo gratificante sería plantar una idea que trascienda a quien la sembró, que sobreviva a los egos y al tiempo.

Evo Morales cayó por sus propios errores: se empecinó en defender un conteo de votos que todos descontaban como viciado. En el camino de esa obstinación, el expresidente perdió el respaldo de sus socios de siempre. Uno por uno, desde mineros e indígenas hasta la COB, el sindicato obrero, lo abandonaron a medida que la oposición se hacía fuerte en la calle. Las estocadas finales pusieron los motines policiales y el comunicado de las Fuerzas Armadas.

Creer que el éxito económico y la estabilidad política lo habilitaban a desoír la voluntad electoral de los bolivianos y a moldear las normas, con la ayuda de la justicia, para adaptarlas a su sueño de ser un presidente eterno. Como sucede con la dirigencia de otros países, Morales pensó que avanzar contra la pobreza y poner dinero en el bolsillo de la gente son condiciones suficientes para gobernar sin atender otras aspiraciones de la sociedad.

La economía, su gran catapulta doméstica e internacional, mostró sus debilidades en los últimos años. Pese a que la pobreza bajó de 38% a 15% desde 2006, la caída del precio del gas, el creciente déficit fiscal y la reducción de las reservas comenzaron a limar la popularidad y cuando ésta intentaba levantarse, la demora del gobierno en combatir los incendios en la Amazonía, en agosto pasado, le dio un nuevo golpe.

Si en Ecuador las expectativas son las de equidad económica y la igualdad de acceso a la educación, salud o vivienda, en Bolivia son las de la alternancia democrática y el fortalecimiento institucional.

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