Venta de harinas, un negocio que se niega a desaparecer

PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.

Colada de harina de haba, máchica, maíz, arveja, quinua, arroz de cebada entre otras, se encuentran entre las ofertas gastronómicas más tradicionales de las familias quiteñas. Pero los comerciantes que se dedican al expendio de las harinas para preparar estas ‘delicias’ aseguran que el negocio va en decadencia.

Francisco Calvopiña, propietario del Molino San Martín, ubicado en las calles Rocafuerte y Chimborazo, en pleno Centro Histórico, menciona que en este año el negocio ha ido en debacle; sin embargo, en la temporada de finados, este espacio tuvo un poco más de concurrencia.

Calvopiña cree que la baja de clientes se debe a múltiples razones como las prescripciones médicas de la actualidad, pues los doctores recomiendan reducir el consumo de harinas en la dieta diaria. «Nosotros hemos comido normalmente y nos mantenemos sanos, ahora no sé por qué están prohibiendo», mencionó.

Inquietud
Rosibel Sánchez, propietaria de una tienda de abastos ubicada diagonal a la Iglesia del Robo, hacia la calle Imbabura, coincide con que en los últimos meses este tipo de productos ha bajado en ventas. «Acá los clientes ya no buscan harina para coladas. Parece que ya no les gusta hacer», agregó.

EL DATO
Un kilo de harina de castilla se puede conseguir hasta en 90 centavos.Existe preocupación entre los moradores del sector, pues aseguran que espacios tradicionales que se dedican a la venta de harinas, como el caso del Molino San Martín, pueden llegar a desaparecer por la baja en ventas. “Dicen que ahí se hará un museo. Nosotros no queremos eso”, aseguró Narcisa Ordóñez, propietaria de un negocio aledaño.

En las tiendas de abastos a lo largo de la calle Rocafuerte también se expenden harinas de todo tipo y sus administradores han optado por ponerlas en las perchas más visibles o incluso en los mostradores, con la intención de exhibir más al producto e incentivar la venta.

Colada de harina de haba, máchica, maíz, arveja, quinua, arroz de cebada entre otras, se encuentran entre las ofertas gastronómicas más tradicionales de las familias quiteñas. Pero los comerciantes que se dedican al expendio de las harinas para preparar estas ‘delicias’ aseguran que el negocio va en decadencia.

Francisco Calvopiña, propietario del Molino San Martín, ubicado en las calles Rocafuerte y Chimborazo, en pleno Centro Histórico, menciona que en este año el negocio ha ido en debacle; sin embargo, en la temporada de finados, este espacio tuvo un poco más de concurrencia.

Calvopiña cree que la baja de clientes se debe a múltiples razones como las prescripciones médicas de la actualidad, pues los doctores recomiendan reducir el consumo de harinas en la dieta diaria. «Nosotros hemos comido normalmente y nos mantenemos sanos, ahora no sé por qué están prohibiendo», mencionó.

Inquietud
Rosibel Sánchez, propietaria de una tienda de abastos ubicada diagonal a la Iglesia del Robo, hacia la calle Imbabura, coincide con que en los últimos meses este tipo de productos ha bajado en ventas. «Acá los clientes ya no buscan harina para coladas. Parece que ya no les gusta hacer», agregó.

EL DATO
Un kilo de harina de castilla se puede conseguir hasta en 90 centavos.Existe preocupación entre los moradores del sector, pues aseguran que espacios tradicionales que se dedican a la venta de harinas, como el caso del Molino San Martín, pueden llegar a desaparecer por la baja en ventas. “Dicen que ahí se hará un museo. Nosotros no queremos eso”, aseguró Narcisa Ordóñez, propietaria de un negocio aledaño.

En las tiendas de abastos a lo largo de la calle Rocafuerte también se expenden harinas de todo tipo y sus administradores han optado por ponerlas en las perchas más visibles o incluso en los mostradores, con la intención de exhibir más al producto e incentivar la venta.

Colada de harina de haba, máchica, maíz, arveja, quinua, arroz de cebada entre otras, se encuentran entre las ofertas gastronómicas más tradicionales de las familias quiteñas. Pero los comerciantes que se dedican al expendio de las harinas para preparar estas ‘delicias’ aseguran que el negocio va en decadencia.

Francisco Calvopiña, propietario del Molino San Martín, ubicado en las calles Rocafuerte y Chimborazo, en pleno Centro Histórico, menciona que en este año el negocio ha ido en debacle; sin embargo, en la temporada de finados, este espacio tuvo un poco más de concurrencia.

Calvopiña cree que la baja de clientes se debe a múltiples razones como las prescripciones médicas de la actualidad, pues los doctores recomiendan reducir el consumo de harinas en la dieta diaria. «Nosotros hemos comido normalmente y nos mantenemos sanos, ahora no sé por qué están prohibiendo», mencionó.

Inquietud
Rosibel Sánchez, propietaria de una tienda de abastos ubicada diagonal a la Iglesia del Robo, hacia la calle Imbabura, coincide con que en los últimos meses este tipo de productos ha bajado en ventas. «Acá los clientes ya no buscan harina para coladas. Parece que ya no les gusta hacer», agregó.

EL DATO
Un kilo de harina de castilla se puede conseguir hasta en 90 centavos.Existe preocupación entre los moradores del sector, pues aseguran que espacios tradicionales que se dedican a la venta de harinas, como el caso del Molino San Martín, pueden llegar a desaparecer por la baja en ventas. “Dicen que ahí se hará un museo. Nosotros no queremos eso”, aseguró Narcisa Ordóñez, propietaria de un negocio aledaño.

En las tiendas de abastos a lo largo de la calle Rocafuerte también se expenden harinas de todo tipo y sus administradores han optado por ponerlas en las perchas más visibles o incluso en los mostradores, con la intención de exhibir más al producto e incentivar la venta.

Colada de harina de haba, máchica, maíz, arveja, quinua, arroz de cebada entre otras, se encuentran entre las ofertas gastronómicas más tradicionales de las familias quiteñas. Pero los comerciantes que se dedican al expendio de las harinas para preparar estas ‘delicias’ aseguran que el negocio va en decadencia.

Francisco Calvopiña, propietario del Molino San Martín, ubicado en las calles Rocafuerte y Chimborazo, en pleno Centro Histórico, menciona que en este año el negocio ha ido en debacle; sin embargo, en la temporada de finados, este espacio tuvo un poco más de concurrencia.

Calvopiña cree que la baja de clientes se debe a múltiples razones como las prescripciones médicas de la actualidad, pues los doctores recomiendan reducir el consumo de harinas en la dieta diaria. «Nosotros hemos comido normalmente y nos mantenemos sanos, ahora no sé por qué están prohibiendo», mencionó.

Inquietud
Rosibel Sánchez, propietaria de una tienda de abastos ubicada diagonal a la Iglesia del Robo, hacia la calle Imbabura, coincide con que en los últimos meses este tipo de productos ha bajado en ventas. «Acá los clientes ya no buscan harina para coladas. Parece que ya no les gusta hacer», agregó.

EL DATO
Un kilo de harina de castilla se puede conseguir hasta en 90 centavos.Existe preocupación entre los moradores del sector, pues aseguran que espacios tradicionales que se dedican a la venta de harinas, como el caso del Molino San Martín, pueden llegar a desaparecer por la baja en ventas. “Dicen que ahí se hará un museo. Nosotros no queremos eso”, aseguró Narcisa Ordóñez, propietaria de un negocio aledaño.

En las tiendas de abastos a lo largo de la calle Rocafuerte también se expenden harinas de todo tipo y sus administradores han optado por ponerlas en las perchas más visibles o incluso en los mostradores, con la intención de exhibir más al producto e incentivar la venta.

PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.
PERSONAJE. Francisco Calvopiña es el último molinero artesanal del Centro Histórico.

Tradición
Francisco Calvopiña es el último molinero del Centro Histórico y él menciona que lleva 55 años en el lugar y se ha dado a conocer por la calidad de sus productos, el orden y la limpieza y eso lo ratifica María Toapanta “Una vez compré en otro lado y la preparación salió amarga. Desde ahí vengo directamente acá. Soy cliente fiel y confío en ellos”.

Los sentidos también se conjugan a la hora de intentar atrapar la atención de sus clientes, pues al momento de moler y hacer la mezcla para la máchica “toda la cuadra siente el aroma y esto es especial, así hasta ellos se antojan y vienen a comprar”.

Lo ratifica Carmen Bermeo quien cuenta que cuando sus hijos eran pequeños les encantaba comer máchica a media tarde, apenas terminaban de molerla. “Todos esperábamos con ansias que terminaran para poder ir a comprarla. El aroma hasta ahora es especial y su sabor es único”. (MLY)

Tradición
Francisco Calvopiña es el último molinero del Centro Histórico y él menciona que lleva 55 años en el lugar y se ha dado a conocer por la calidad de sus productos, el orden y la limpieza y eso lo ratifica María Toapanta “Una vez compré en otro lado y la preparación salió amarga. Desde ahí vengo directamente acá. Soy cliente fiel y confío en ellos”.

Los sentidos también se conjugan a la hora de intentar atrapar la atención de sus clientes, pues al momento de moler y hacer la mezcla para la máchica “toda la cuadra siente el aroma y esto es especial, así hasta ellos se antojan y vienen a comprar”.

Lo ratifica Carmen Bermeo quien cuenta que cuando sus hijos eran pequeños les encantaba comer máchica a media tarde, apenas terminaban de molerla. “Todos esperábamos con ansias que terminaran para poder ir a comprarla. El aroma hasta ahora es especial y su sabor es único”. (MLY)

Tradición
Francisco Calvopiña es el último molinero del Centro Histórico y él menciona que lleva 55 años en el lugar y se ha dado a conocer por la calidad de sus productos, el orden y la limpieza y eso lo ratifica María Toapanta “Una vez compré en otro lado y la preparación salió amarga. Desde ahí vengo directamente acá. Soy cliente fiel y confío en ellos”.

Los sentidos también se conjugan a la hora de intentar atrapar la atención de sus clientes, pues al momento de moler y hacer la mezcla para la máchica “toda la cuadra siente el aroma y esto es especial, así hasta ellos se antojan y vienen a comprar”.

Lo ratifica Carmen Bermeo quien cuenta que cuando sus hijos eran pequeños les encantaba comer máchica a media tarde, apenas terminaban de molerla. “Todos esperábamos con ansias que terminaran para poder ir a comprarla. El aroma hasta ahora es especial y su sabor es único”. (MLY)

Tradición
Francisco Calvopiña es el último molinero del Centro Histórico y él menciona que lleva 55 años en el lugar y se ha dado a conocer por la calidad de sus productos, el orden y la limpieza y eso lo ratifica María Toapanta “Una vez compré en otro lado y la preparación salió amarga. Desde ahí vengo directamente acá. Soy cliente fiel y confío en ellos”.

Los sentidos también se conjugan a la hora de intentar atrapar la atención de sus clientes, pues al momento de moler y hacer la mezcla para la máchica “toda la cuadra siente el aroma y esto es especial, así hasta ellos se antojan y vienen a comprar”.

Lo ratifica Carmen Bermeo quien cuenta que cuando sus hijos eran pequeños les encantaba comer máchica a media tarde, apenas terminaban de molerla. “Todos esperábamos con ansias que terminaran para poder ir a comprarla. El aroma hasta ahora es especial y su sabor es único”. (MLY)