Tres años viviendo en un albergue

INOCENCIA. Los niños y niñas que están en el albergue hacen de su día a día un juego. Ellos son casi indiferentes al encierro.
INOCENCIA. Los niños y niñas que están en el albergue hacen de su día a día un juego. Ellos son casi indiferentes al encierro.

Ya pasaron tres navidades y un terremoto desde que 11 familias dejaron sus casas. Hasta hace cinco meses eran 18, pero tres se fueron donde familiares y cuatro a casas de bambú donadas por una Fundación. Entre los que se quedaron están tres niños que nacieron en el albergue donde era una escuela.

Abelito, de 20 meses -nacido en el albergue- es de los que juega indiferente al encierro. Once amigos y primos se suman a la alegría. En la lista está Javier, el hijo de Mayvelin Charcopa la damnificada que a sus 23 años sueña con ser psicóloga, pero por ahora su meta es una casa propia.

Su retoño el 19 de enero cumplirá 9 años. Y seis días después, tres años de aquel 25 de enero cuando el río Teaone, el segundo más grande de la cuidad de Esmeraldas, se desbordó al extremo. Ese día hizo destrozos en La Propicia 1, las islas Luis Prado Viteri, Pianguapí, Luis Vargas Torres, y el sector de 50 Casas, donde vivía de Mayvelin.

Ese día el agua con lodo llegó hasta la casa de Dóroci, la dueña de una tienda con pocas compras, dos congeladores, una repisa de madera y dos perros juguetones.

Agredidos por vecinos

Ya son 11 años desde que ella vive en 50 Casas, a unos 30 metros del Teaone, pero fue ese 25 de enero cuando el río se enfureció e ingresó con fuerza por la puerta y ventana de la casa de madera elevada a 1.5 metros de la calle sin asfaltar.

«Tardé un mes en sacar el lodo. En esa época llovía y llovía», recuerda la mujer, quien optó por ir a buscar posada donde una vecina y no ir a los albergues habilitados hace tres años para los afectados por el invierno.

“¿Qué hago en un albergue. Esperando que el Gobierno nos ayude? esa ayuda nunca llega. Ya son tres años desde el percance y todavía hay gente en el albergue, esa es la prueba”, lamentó. Y tiene razón. 11 familias siguen con la ilusión de tener una casa.

“Ya estamos cansado de estar aquí (en el albergue) algunos vecinos (Isla Piedad) nos tiran piedra. Nos gritan ¡lárguense! Todo porque quieren jugar en la cancha de la escuela”, lo dice con nostalgia Jacinta Charcopa mujer de contextura gruesa y carácter templado.

Por lo que viven a diario pide ayuda psicológica y laboral para todos en el albergue, aunque luzcan adaptados a los tres bloques de aulas escolares con tres letrinas; una de ellas colapsada. Y no es lo único que está al límite. La paciencia de los damnificados los hace de gene cambiante, cuando recuerdan las promesas incumplidas de autoridades y políticos.

Desean superarse

La esperanza de tener una casa tomó fuerza hace un año, cuando los llevaron en un bus a las 5,4 hectáreas del terreno ubicado frente a la ciudadela Los Judiciales al sur de la ciudad, vía a Atacames. Se les dijo que antes del 2019 ya estarían fuera del albergue.

“Ya se olvidaron de nosotros. ¡Qué pena! Ya vamos a cumplir tres años en el albergue”, protestó Mayvelin Charcopa. Ella al igual que las demás del lugar dependen del trabajo ocasional que encuentran sus esposos para solventar los gastos, ya que las raciones alimenticias hace mucho tiempo dejaron de llegar.

Las damnificadas afirman que están dispuestas a aprender algún oficio que les mejore las oportunidades laboral y económica, pero nadie va a capacitarlas.

‘Vivimos un calvario’

No todas madres que están en el albergue de la Isla Piedad están por la violencia de las lluvias en 2016. En el caso de Jenny Mina la separación sentimental con su esposo la obligó a pedir posada junto a tres de sus hijos y su mamá de 68, la que tiene dolencias de salud y vive un calvario para realizar actividades tan básicas como ir al baño comunitario del albergue.

“Ya tengo un año de albergada. Acá todos lloramos en algún momento por no tener una casa. Pero también nos reímos entre nosotros”, relató la mujer de piel negra que comparte una cama con sus hijos, y otra que habilitó para su mamá en un espacio donde las goteras se evidencian tras cada lluvia.

Ayer, por ejemplo, a pocos pasos del colchón una olla de unos tres litros ya estaba al límite, luego de recibir las gotas de la lluvia que empezó a la noche del domingo y se detuvo antes de las 09:30 de ayer.

El aguacero del fin de semana en la ciudad fue implacable. Afectó 25 casas, provocó derrumbes, destruyó parte de carreteras principales y llenó el patio de 10 unidades educativas. Al final los del Comité de Operaciones de Emergencias (COE) Cantonal declararon la emergencia, la que no incluye atender a las 11 familias damnificadas que han vivido tres navidades, un terremoto y ahora su cuarto invierno, en un albergue donde antes se enseñaba a leer y escribir.