En Imbabura, el café está en manos de un vaquero

PRODUCCIÓN. Después de que el café se procesa, Milton Rivadeneira lo guarda en costales.
PRODUCCIÓN. Después de que el café se procesa, Milton Rivadeneira lo guarda en costales.

Milton Rivadeneira maneja la finca ‘La Corazonada’ entre montañas llenas de oro y cobre.

Los vaqueros también habitan Ecuador, Milton Rivadeneira es prueba de eso. Con 53 años ha pasado 15 construyendo la finca ‘La Corazonada’; una tierra de 50 hectáreas donde siembra naranjas, guayabas, mandarinas, plátanos, y lo más importante: café.

Primero se llega a Ibarra, correteando el tránsito de una ciudad que se apura por crecer y se encamina por la vía hacia Esmeraldas. Hay que desviarse por un camino de tierra que lleva a Buenos Aires, un pueblo que merece una leyenda propia desde hace un año cuando comenzó su fiebre del oro.

Por ese camino, luego de 20 minutos de baches, neblinas de polvo y acantilados, está un pequeño arco de cemento y dos grandes casas, la mayor alegría de Milton. “Yo le dije a mi papá que quería regresar al campo, y él se sintió decepcionado. Me dijo que después de tantos años de tratar de sacar a sus hijos, yo quería volver. ‘Si quieres ser pobre, regresa’, sentenció. Ojalá estuviera vivo para mostrarle lo contrario”.

Una corazonada

Milton decidió convertirse en el mejor cafetalero de Ecuador. Comenzó con una hectárea y plantó 350 plantas. Cada planta de café tarda tres años para dar su primera cosecha y luego, anualmente, dará los granos.

“Ahora tengo 18 hectáreas de esta propiedad dedicadas al cultivo de café. Con cada cosecha genero hasta 800 quintales, pero la meta es llegar a 1.000 el próximo año”. La decisión de Milton es envidiable, así como su conocimiento de cada centímetro de su propiedad: lleva a los visitantes a través de una colina, atravesando árboles y arbustos con la precaución de no pisar una culebra o caer por un voladero.

Con un cuchillo que saca de su cinturón, corta las ramas y lleva al visitante a un espacio donde experimenta la siembra de versiones de café traído desde Panamá y Honduras. “Lo importante de este negocio es investigar. He viajado a Centroamérica para encontrarme con cafetaleros más experimentados, de allá he traído conocimiento y ganas de seguir sembrando”.

Sus manos están callosas y su rostro quemado por el Sol. El clima en Imbabura es impredecible, pero apropiado para que el café arábigo crezca sin problemas. “A las once de la mañana, cuando el Sol empieza a ser más fuerte, esa montaña me protege, y al atardecer, tengo esa otra que hace lo propio. Esta tierra es hermosa”.

El oro es el enemigo

En los tiempos de cosecha, entre abril y julio, Milton contrata al menos a 80 personas para recoger los granos. Es un trabajo manual para desgranar el producto; el café se despulpa, lava, seca y tuesta antes de llegar a una taza.

Sin embargo, en los últimos dos años, conseguir cosechadores representa una barrera. Por la cercanía de la mina en Buenos Aires, el costo de la mano de obra ha subido de 15 dólares al día a 25. “Muchos prefieren ir a la mina y ganar entre 100 dólares y 150 al día”.

El impacto que ha tenido la minería sobre la región se siente en la confianza de todos los cafetaleros; “nosotros sabemos que los yacimientos son propiedad del Estado, pero la tierra es nuestra y pelearemos por ella”.

Milton tiene una hija que estudia derecho. Ella le pidió que la guiara en la producción y defensa del café. “Le he encomendado que nos ayude a dar esta pelea y que defendamos nuestro trabajo”.

Este vaquero tiene unas ganancias anuales que rondan entre 60 y 70 mil dólares; su mejor inversión son los granos de café. Su banco es una bodega que siempre tiene llena de sacos, “cuando sé que debo pagar alguna cosa, voy y vendo unos 200 quintales y reinvierto”. Su finca tiene comedor, invernadero, una trilladora (para desgranar) y ese olor a café recién nacido.

Está entrenando a una catadora para que su producto sea de alta calidad y siempre quiere que los cosechadores sean mujeres: “aprecian más a la planta y tienen el toque para que crezcan”. También, mantiene contacto con vendedores de café locales; la intención es dejar una huella a nivel mundial.

“Cuando llegue a la producción de 10 mil quintales al año, que sé que lo lograré, sabré que mi café es el mejor del Ecuador y del mundo”. (JDC)