Migración venezolana: Quitumbe es un espacio de rencuentro familiar

UNIÓN. Andreina Arangura, Henry Parada y Harrison Parada caminan cerca de la terminal para conocer la ciudad.
UNIÓN. Andreina Arangura, Henry Parada y Harrison Parada caminan cerca de la terminal para conocer la ciudad.

Cerca de 70 inmigrantes pasan la noche en la sala de espera de la terminal terrestre.

Los días de Harrison Parada, de 22 años, se habían vuelto casi una rutina. De Quitumbe salía a La Marín, para comprar caramelos que luego vendía en una calle del sur de Quito. Al final de la jornada regresaba a la terminal terrestre. La llegada de su hermano y su cuñada fue como un botón de reinicio en su vida.

Aunque no pudo servirles café y arepas como lo habría hecho en su casa, los recibió con cobijas y un espacio para descansar en la sala de espera de la terminal de Quitumbe. Durante dos semanas, ese sitio ha sido su refugio. Por ahí ha visto pasar a cientos de sus compatriotas.

Jornada
El edificio de la terminal es como una gran caja de paredes de vidrio y piso de baldosa. Por las madrugadas, en la sala de espera de la planta baja, solo las luces de la entrada permanecen encendidas.

Ayer, a las 05:00, la temperatura se acercaba a los 10 grados centígrados y las corrientes de viento se filtraban por las puertas y ventanales. Acomodadas siguiendo la línea de uno de los muros, cerca de 60 personas de distintas edades se acurrucaban con mantas de colores.

“Señores tengan la bondad de levantarse que van a hacer la limpieza”, decían cinco guardias que pasaban junto a los venezolanos, quienes permanecen en el lugar desde hace unos meses. En su tarea de despertarlos, los acompañaban cinco perros mestizos que viven en el sitio.
“Como siempre rotan, hay muchos que son amables y otros no tanto”, decía Harrison Parada refiriéndose a los guardias, mientras permanecía cubierto hasta la cabeza con una cobija de tela delgada. Abrían los ojos también Henry Parada, su hermano de 28 años, y Andreina Arangura, su cuñada.

Los últimos cinco días, los dos atravesaron toda Colombia y un par de provincias de Ecuador. En el camino se encontraron con “asesores” colombianos, quienes les cobraron el doble por el pasaje de bus, tuvieron que vender un celular nuevo en 50 dólares y vieron a mucha gente cruzar el puente de La Hormiga, en la frontera entre Ecuador y Colombia.

Para el menor de los hermanos nativos de Barquisimeto, ellos ya llegaban con ventaja, pues él les compartiría detalles conocidos solo por quienes han permanecido algunos días en la terminal: que tener un celular en la mano es como un imán para muchos que no han podido comunicarse con su familia por días; que algunos locales comerciales facilitan la carga de teléfonos por un dólar y que en hostales cercanos a la Av. Maldonado prestan las duchas por dos dólares.

AMBIENTE. En la sala de espera de Quitumbe, por la noche duermen cerca de 60 personas. Cada mañana los despiertan los guardias de la terminal.
AMBIENTE. En la sala de espera de Quitumbe, por la noche duermen cerca de 60 personas. Cada mañana los despiertan los guardias de la terminal.

Nuevo comienzo
Después del recorrido de los guardias, cada grupo doblaba sus cobijas y arreglaba sus maletas para dejar todo “bien para los turistas que vienen todos los días”, comentaba Maykel Díaz, de 38 años, quien pasó esa noche en el lugar.
Adelmar Castillo, de 19 años, estaba cansada porque casi no pudo dormir pero contenta porque se reencontró con su tía y su prima. “Colombia fue lo más largo que nos pudo pasar”, decía mientras doblaba la cobija con la que se tapó su primer día en Quito.

Con el cielo ya iluminado, Harrison Parada les llevaría a sus familiares a conocer el hostal en el que se ha bañado por las tardes, los locales en los que ha comprado sus productos y a recorrer el sur de la ciudad que los acogería de forma indefinida.

Pero eso sería horas después, porque en el momento del rencuentro, los hermanos hablaban de las dos niñas que se habían quedado en casa con la abuela, de las anécdotas del viaje y, sobre todo, de un futuro en el que quieren dedicarse a la pastelería, como lo hacían en su país, y salir adelante juntos. “Parecemos los tres reyes magos”, comentaba Andreina Arangura riéndose de la apariencia que tenían con las cobijas encima. Mientras tanto, el sol empezaba a elevarse a sus espaldas devolviendo la luz a la sala de espera. (PCV)

Jornada de sensibilización
° Hoy está previsto que se realice la última jornada de sensibilización en el campamento del intercambiador de Carcelén. El objetivo es que los venezolanos que permanecen ahí se reubiquen en los Centros Temporales de Tránsito (CTT) Municipales. La medida, que empezó el martes de esta semana, es parte de la estrategia planteada por la mesa social del Comité de Operaciones de Emergencia (COE) Metropolitano. En las visitas acudirán técnicos de los ministerios de Inclusión y Salud; del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y de la Organización Hebrea para Ayuda a Migrantes y Refugiados (Hias, por sus siglas en inglés).

Se tiene previsto instalar una nueva reunión del COE para mañana. Ahí la mesa de seguridad definirá la estrategia para la intervención guiada, la cual se realizaría para que ninguna persona se quede en el campamento.

Otro bus sale a Huaquillas
° Como parte de la estrategia de corredor humanitario que se ha realizado en la ciudad, ayer a las 14:00, 90 venezolanos viajaron hacia Huaquillas desde el Albergue San Juan de Dios. El recorrido directo fue a bordo de dos buses del Consejo Provincial de Pichincha, institución que coordinó la medida en conjunto con el Municipio de Quito y el lugar de acogida que ha recibido a cientos de viajeros este mes.

Según Ricardo Camacho, experto en seguridad, quien ha coordinado los traslados, todos viajaron solo con cédulas de identidad y se organizarán más recorridos antes de que el domingo se empiece a pedir pasaporte para ingresar a Perú.

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