Alfredo Dugarte, un cantante de ópera callejero

Actuación. Alfredo Dugarte durante unas de sus intervenciones operísticas a la salida de la Casa de la Música.
Actuación. Alfredo Dugarte durante unas de sus intervenciones operísticas a la salida de la Casa de la Música.

El barítono venezolano lleva más de 20 años cantando en varias capitales del mundo.

Acaba de finalizar el concierto en la Casa de la Música, pero un poderoso canto de barítono sigue retumbando en el edificio. Tras un primer desconcierto aparece desde la lejanía, a unos metros de la puerta de entrada, una silueta alta y delgada. Se trata del responsable de la inesperada melodía. Parece ser un personaje conocido; varias de las personas que salen del edificio le saludan efusivamente y le dan una moneda. Él asiente la cabeza pero no deja de cantar. La canción que entona suena a tradición, a canto ortodoxo, parece italiano.

Normalmente la mayoría de los mortales no estamos acostumbrados a escuchar a una voz lírica tan cerca. Dicen los entendidos que la voz es el instrumento más complejo que existe sobre la faz de la Tierra, en muchos casos es única, en otros se modula hasta límites insospechados e incluso se macera con el paso del tiempo. La de este baritono de piel oscura, rostro afilado, lentes y pelo ensortijado canoso es proverbial, un verdadero caudal de melodía que emociona desde el primer instante.

Lae fila de carros que quieren salir del parqueadero es interminable. Los conductores asisten maravillados a ese extraño y singular recital. Es de noche, pero la letanía de las luces del Palacio de la Música parece que quiere arañar al cantante de ópera. La gente no para de darle monedas. Ninguno lo hace por caridad, sino como el justo pago al espectáculo del que son testigos.

Vida. Para Dugarte la calle es el mayor escenario del planeta, donde se siente en paz y sin ataduras.
Vida. Para Dugarte la calle es el mayor escenario del planeta, donde se siente en paz y sin ataduras.

Pasión musical
El carismático personaje que conquista con cada tonada que sale de su garganta es el venezolano Alfredo Dugarte Zurita, de 46 años. Su historia está íntimamente ligada a la música. Fue a los 8 años cuando escuchó por primera vez en una vieja radio ópera. “Yo no sabía que era eso, lógicamente, pero me fascinó ese lenguaje desde el primer instante”. Su primer maestro fue el padre dominico fray Emilio, del colegio Sagrado Corazón de Caracas, donde recibió su primera comunión. “Él era un amante de la ópera, vivió muchos años en Roma, donde acudía a escucharla. Él me ayudó mucho, creyó en mí, fue mi primer gran maestro, le estaré toda mi vida muy agradecido”.

En su familia, a excepción de su tía Nieve, nadie tenía ningún contacto con el universo musical. A pesar de eso con su madre hizo que a los 12 años ingresara en la Escuela Superior de Música de Caracas. En sus propias palabras fue el peor alumno de toda la historia de la institución. “Primero uno es y luego toma conciencia de lo que es. Yo desde siempre, por naturaleza he sido un antisistema, un ácrata, un anarquista. Voy de manera natural siempre en contra de todo lo que sea reglamentación, sistematización. Siempre hacía lo que me daba la gana, lo que quería hacer en ese momento, lo que consideraba correcto. Es por eso que me ves actuando en la calle, porque cantar en el ámbito de la ópera implica tener que someterse a situaciones que te imponen otros, obedecer a unos intereses. Yo actúo en la calle porque me permite ser absolutamente libre”.

Dugarte habla apresuradamente, gesticula mucho, mueve sus manos y su rostro. Es como un personaje estrambótico salido de una novela de Bryce Echenique. Nada en él emana impostura. Él es así. Un ser atípico, genuino en sus maneras, auténtico. Otra de sus peculiaridades es que a pesar de su militancia anarquista, su vocación antisistema, es profundamente religioso, se considera “cristiano, apostólico y romano”.

Años de juventud
Sus años de juventud estuvieron también plagados de aventuras. Luego de ganar con 23 años el tercer premio del Concurso Nacional de Canto tomó la decisión –impulsado por su amiga española María Isabel- de trasladarse a España a probar suerte. Llegó en 1994 a Alcalá de Henares (Madrid), donde trabajó en varios teatros y espectáculos. También deambuló por varios países de Europa, como Francia, Italia, Alemania o Lituania, siempre cantando en la calle. En ese último país vivió cerca de un año, ya que fue a visitar a Nicola di Mati, otro de sus grandes maestros. “Mi vida está siempre ligada al movimiento, siempre estoy yendo o volviendo, me muevo por trabajo, por pasión, por necesidad. He viajado mucho por Europa, donde he vivido muchas aventuras, pero es que nunca terminaría”.

Una anécdota que marcó el inicio de su idilio con Ecuador ocurrió un día, cuando cantaba en la Plaza Mayor de Madrid -ciudad donde finalmente vivió cerca de 20 años- y se le acercó Javier Andrade, un ecuatoriano que buscaba cantantes para un espectáculo en el Teatro Nacional Sucre. Le pidió su teléfono y al cabo de unos días le llamó para contratarle.


Divina Providencia

En 2005 este apasionado de Verdi estaba cantando en el Teatro Nacional Sucre. “Fue la Divina Providencia de Dios la que me trajo a esta ciudad. Le estoy muy agradecido a Javier Andrade, su ayuda fue importantísima, es una bellísima persona. Me fascinó Quito, una ciudad limpia, cuidada, segura. Desde entonces vivo digamos de manera semipermanente, viajo mucho a Venezuela, también a Colombia, por trabajo. Los quiteños son una gente maravillosa y generosa que siempre me han tratado de manera exquisita.

A día de hoy es fácil verlo, cuando hay función, a la salida del Teatro Variedades, del Teatro México, del Nacional Sucre… También es posible verlo en algunas calles a la salida de los partidos de fútbol o incluso en la García Moreno, en el Centro Histórico, justo en la esquina de la Catedral por la noche es su lugar predilecto), viviendo el sueño de cualquier ser humano: ser libre. (MAP)