Katiuska Graterol, de Venezuela, llegó a Ecuador con la ilusión de trabajar y ayudar a su familia. Como a todos, la pandemia le cambió la vida. Aquí su relato.
“Si me hubiesen advertido que la crisis en mi país, Venezuela, por la que decidí migrar, sería nada en comparación con la pandemia que se venía, me hubiese reído. Y es que nada me parecía peor que vivir en un lugar donde no hay esperanzas; pero estuve equivocada. El Covid-19 superó la realidad de mi tierra.
Soy Katiuska Graterol. Nací en Maracaibo, Venezuela. Soy licenciada en Publicidad y en Comunicación, y debido a la dictadura renuncié a mi hermoso trabajo como jefa de prensa en la Asociación de Fútbol del Estado Zulia para vivir en Quito. Llegué el 6 de diciembre de 2018, en plena celebración de la ciudad, con más sueños que ropa en mi maleta, aunque esos sueños no apagaban el ardor que sentía en mi pecho por haber dejado a mis padres, dos hermanos y sobrinos.
Poco a poco aprendí a vivir con eso, hasta que un buen día apareció algo más grande que estar separada de mi familia: una enfermedad tan contagiosa y mortal que paralizó al mundo y nos cambió la vida.
Fue el último día de febrero de 2020 -por cierto, fue bisiesto-. Estaba en Baños de Agua Santa, en Tungurahua, en una ‘chauchita’, como dicen acá, de animadora en un evento privado, cuando me enteré que se había detectado un caso de Covid-19 en Ecuador. Mi mundo, y fue literal, se detuvo. No podía imaginar tener que enfrentar esa horrible situación viviendo sola en un país ajeno.
El miedo fue más fuerte cuando pensé que la enfermedad llegaría, inevitablemente, a Venezuela. Con angustia regresé a Quito y el 19 de marzo, justo cuando cumplía un año en mi exempresa, nos enviaron a cuarentena. La noche se me vino encima, yo era tan feliz junto a mis compañeros.
Ese día regresé en ‘pedacitos’ al departamento, sin tener a alguien que me esperara y me dijera que todo iba a estar bien, o tan solo me brindara un abrazo. No recuerdo a qué hora me dormí, solo sé que fueron muchas las veces que vi la luz del sol entrar por la ventana de mi habitación mientras yo esperaba el sueño.
Poco a poco la ansiedad me invadió. No quería comer, ver noticias -todo era muerte y contagios-, bañarme y menos hablar con alguien. Comencé a odiar el celular, hasta hoy me pasa. Ir al supermercado me daba pánico, cada 15 días cuando me tocaba, lloraba desconsolada entre estas cuatro paredes. Es que veía a la gente como monstruos contaminados que me podían enfermar.
Chaleco salvavidas
Pero gracias a una hermana que me regaló este bello país, formé parte de un grupo de oración. Conocí la palabra de Dios y me hice hermana de vida de otras dos hermosas personas. Empecé a tener más valor gracias a eso.
Los días pasaban y se acercaba mi cumpleaños. El 30 de abril de 2020 fue el ‘cumple’ más loco que había vivido, pero también debo decir que ha sido uno de los mejores, pues el celular que tanto odio por esta pandemia me hizo valorar más a las personas que se hicieron presente por ese medio.
Ese ánimo que encontré en la palabra lo transformé en energía para empezar a hacer ejercicios. Busqué miles de tutoriales e improvisé pesas caseras. En tres meses tuve los abdominales marcados, tras perder más de ocho kilos. Además conseguí un nuevo trabajo.
Y parece mentira, pero en medio de esta pandemia he podido viajar y conocer lugares increíbles de Ecuador, con personas, y hasta animalitos, especiales. Disfruto las pequeñas cosas de la vida, esas que a veces pasaba por alto, pero que son un motivo para decir: ¡Gracias Dios, porque me dejas vivir esto!
Sigo con miedo, cuidándome mucho, pero más serena. Viviendo un día a la vez, porque gracias a Dios ni a mi familia ni a mí nos ha tocado esta horrorosa enfermedad. Y me doy cuenta de lo afortunados que somos en medio de tanto luto y pobreza. Solo deseo que ya le llegue el ‘minuto 90’ de esta pandemia”.
Regularización, clave para integrar migrantes venezolanos
Regularización del estatus migratorio, políticas de fomento de trabajo y reconocimiento de credenciales son claves para promover una mayor integración socioeconómica y maximizar la contribución económica de los refugiados venezolanos en los países de acogida de América Latina y el Caribe. Así lo sostiene el plan estratégico ‘Migración desde Venezuela: Oportunidades para América Latina y el Caribe. Estrategia Regional de integración socioeconómica’, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y presentado este miércoles por videoconferencia.
«Es una hoja de ruta de cómo ofrecer caminos para la integración socioeconómica de los migrantes venezolanos y para que haya un mejor aprovechamiento de esta mano de obra y que ellos puedan satisfacerse en los lugares de acogida», resumió el director regional para América Latina y el Caribe de la OIT, Vinicius Pinheiro.
En ese sentido, Pinheiro reveló que, durante la pandemia, apenas el 15 % de médicos venezolanos que salieron de su país lograron trabajar en el área de la salud. «Esto es un escándalo», se lamentó.
Aporte económico
El jefe de la unidad de migraciones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Felipe Muñoz, destacó la contribución de la comunidad migrante venezolana en la economía de la región, a pesar de que «en el corto plazo hay presiones fiscales importantes».
Señaló que varios estudios internacionales estiman que, «una vez que la población migrante esté realmente integrada» en América Latina y el Caribe, su aporte podría rondar el 0,20 % o el 0,30 % del Producto Interno Bruto (PIB) anual, un porcentaje que ascendería hasta el 0,38 % en países como Chile y Ecuador.