Quito: el Patronato San José brinda apoyo diario a 245 personas

Emprendimiento. Luis Bolaños ahora tiene su carro de jugo de coco con el que mantiene a su familia.
Emprendimiento. Luis Bolaños ahora tiene su carro de jugo de coco con el que mantiene a su familia.

El Patronato San José gestiona dos albergues que proporcionan alojamiento temporal y asistencia integral a personas en situación de calle y movilidad. La Casa del Hermano y el Albergue Hogar Comunidad de Calle.

 El Patronato San José ofrece refugio diariamente a 245 personas que están en situación de calle y movilidad. Lo hace a través de dos albergues que proporcionan alojamiento temporal y asistencia integral.

La Casa del Hermano, ubicada en la Av. 24 de Mayo y Rafael Barahona, en el Centro Histórico, es administrada por el Patronato y financiada con presupuesto municipal. Este centro, creado en marzo de 2022 como parte del plan ‘Habitantes de Calle’, ofrece acogimiento temporal a personas en movilidad, tanto nacionales como extranjeras, con un enfoque especial en el cuidado de niños. La capacidad es para 45 personas, o entre 15 y 17 familias, por un periodo de hasta 15 días.

En este sitio se proporciona alojamiento, asistencia psicosocial, intervención en crisis y alimentación tres veces al día. Además, un equipo especializado aborda a personas en movilidad humana y habitantes de calle que duermen en el espacio público, ofreciéndoles este servicio si lo requieren.

El Hogar Comunidad de Calle, en cambio, ofrece múltiples programas destinados a personas en movilidad humana, extrema pobreza y otros grupos vulnerables. El servicio incluye hospedaje, cena, alojamiento nocturno y desayuno. La capacidad diaria es de hasta 200 personas.

Refugio y estabilidad en Quito

La vida de las personas en situación de calle es cada vez más complicada, pero en medio de estas dificultades, algunas logran superar las adversidades y salir adelante.

Yarahi Esther Carrillo, una venezolana de 34 años, llegó a Quito el 20 de mayo de 2024 junto a su esposo y tres hijos. Durante 10 días, la familia durmió en las calles de la parroquia La Magdalena, en el sur de la ciudad. Utilizaban una carpa para proteger a los niños, mientras Yarahi y su esposo dormían afuera para vigilarlos. Una vecina del sector les prestaba un baño para asearse.

Sin dinero para alimentarse ni para pagar un lugar donde dormir, la familia se dedicó a limpiar parabrisas y vender chocolates, chupetes y caramelos. Si tenían suerte, podían juntar suficiente para pagar una habitación que costaba $7 por noche. Yarahi y su esposo se turnaban en estas actividades para evitar que sus hijos estuvieran expuestos a insultos y humillaciones.

Al quinto día, conocieron a un compatriota que les informó sobre la existencia de un albergue municipal. Una vez aceptados en la Casa del Hermano, pudieron dejar a sus hijos en los Centros de Erradicación de Trabajo Infantil (CETI). En ese sitio los niños reciben apoyo con sus tareas escolares, participan en actividades artísticas, culturales y recreativas, reciben atención psicosocial y una alimentación saludable, además de ser insertados en el sistema escolar y tener seguimiento educativo.

Gracias a la ayuda del albergue Casa del Hermano, Yarahi y su familia han comenzado a ahorrar, vislumbrando un futuro más estable.

De pasar por un albergue, ahora cuentan con habitación propia

Luis Darío Bolaños Segura, de 36 años y de nacionalidad colombiana, llegó a Ecuador con su esposa y su hijo de un año el 19 de septiembre de 2023. Al igual que muchos migrantes, enfrentan un inicio difícil.

«Primero estuvimos en Esmeraldas. Luego una señora nos sugirió ir a Quito», recuerda Luis. En Quito, conocieron a una joven venezolana que les habló del Patronato San José. «No sabíamos nada de eso, pero ella nos dio la dirección y fuimos. Ese mismo día nos entrevistaron, nos dieron un documento de refugiados y nos ubicaron en el albergue», cuenta Luis.

El Patronato San José les brindó estabilidad, comida y un lugar donde dormir. Sin embargo, después de unos días, Luis decidió que no podían quedarse de brazos cruzados. «Teníamos unos 15 dólares cuando llegamos, pero no podíamos estar sin hacer nada. Empezamos vendiendo gelatina, aunque al principio fue difícil. Vendimos solo una en todo el día», recuerda con una sonrisa.

Dándose cuenta que necesitaban una estrategia más efectiva, Luis llamó a su madre en Colombia para aprender a hacer empanadas. «Empezamos a vender empanadas en el albergue. Las hacíamos temprano y las vendíamos rápido. Con el tiempo, comenzamos a vender en las calles y así fuimos ahorrando», cuenta.

El albergue les proporcionó refugio y también un impulso económico inicial. «Nos dieron 170 dólares para una habitación cuando llegó el momento de salir. Con ese dinero y lo que habíamos ahorrado, pudimos alquilar un lugar», narra Luis.

Luis y su esposa continuaron vendiendo empanadas, ampliando su negocio con el tiempo. «Al principio vendíamos 40 o 50 empanadas al día, pero luego aumentamos a 70 u 80. Cuando las ventas cayeron, decidí vender jugos. Fue una decisión acertada», afirma Luis. Con el tiempo pudieron comprar un carrito de venta, lo que les permitió estabilizarse aún más.

Luis y su familia tienen grandes esperanzas para el futuro. «Mi esposa es psicóloga, pero no ha podido trabajar aquí aún. Estamos en proceso de reasentamiento en otro país y ya tuvimos nuestra última entrevista con inmigración. Esperamos poder emigrar pronto y seguir adelante», comenta con optimismo.

Luis ha conocido a muchos otros migrantes en situaciones similares y siempre les anima a buscar formas de salir adelante. «Les digo que no se queden sentados sin hacer nada. Hay muchas maneras de ganarse la vida. No es fácil, pero con esfuerzo se puede». (EC)

$450.000 es la inversión municipal anual para dos albergues.
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