La confrontación como signo nacional / El Telégrafo

Mientras la prensa del país reacciona ante el atropello al periodista Centurión de CRE por la intención judicial que viola la Constitución al pretender forzar la revelación de fuentes informativas que sustentaron su libro «El saqueo bancario», el Presidente Alfredo Palacio hacía público el decreto 893 suscrito el 30 de noviembre por el que convoca, una vez más, a los ciudadanos ecuatorianos, a plebiscito, para que se pronuncien disponiendo, o no, la convocatoria de una elección de representantes para «una Asamblea Constituyente para reformar institucionalmente el Estado y expedir una nueva Constitución» el domingo 22 de Enero del 2006.

La negativa del Congreso a dar curso al pedido presidencial de calificación a convocar entre una Asamblea Constitucional o Constituyente, hace que el Presidente de la República retome la iniciativa de formular una convocatoria directa ligeramente modificada. El solo anuncio llevó a amenazas y planteamientos, de última hora, de una ineficaz mayoría de diputados, de enjuiciamiento político contra el mandatario y amagos de destitución, cuando no pudieron articular la reforma política que la ciudadanía viene reclamando desde la sucesión gubernamental de abril pasado, reactualizando una crisis que, como juego de carambolas, cambia de rumbo y rebota de modo impredecible, en la que hoy se rompen amarras entre quienes discurseaban concertaciones, para optar por un camino de desafíos e incertidumbres.

El lance del gobierno se realiza calculando tener los votos del Tribunal Supremo Electoral que hace poco le negara la misma convocatoria. Los hechos parecen indicar que la reestructuración de las instituciones republicanas, si es que se logra, será sin la concertación patriótica de quienes, en los días posteriores al 20 de Abril, juraron deponer actitudes egoístas e intereses grupales. Así lo demuestra el proceso que recuperó a la Corte Suprema de Justicia, plagado de obstáculos y cuestionamientos que aun penden como amenaza a su futuro. Parece que la confrontación será el signo, sobre cualquier intento de reforma, que busque democratizar las estructuras del estado ecuatoriano y le den solidez y fortaleza a sus instituciones.