La sobreexplotación de los mares pone en riesgo a los pescadores artesanales de Galápagos

ACTIVIDAD. En Galápagos existen 325 personas que aún viven de la pesca.
ACTIVIDAD. En Galápagos existen 325 personas que aún viven de la pesca.

Los pescadores artesanales de Galápagos se ven afectados por la sobreexplotación de los mares y el cambio climático. Menos de un tercio de las licencias de pesca están activas. 

Por Esteban Cárdenas Verdesoto

Dos hendiduras oscuras y profundas marcan el cansancio en sus ojos. Han sido días sin dormir bien, o como él mismo lo describe: “dormir con un ojo abierto”. Tras ocho largos días en el mar, Manuel Patiño, de 59 años, acaba de llegar al puerto.

“Usted dígame en qué le ayudo y de qué quiere conversar” – dice mientras me estrecha la mano con un agarre firme antes de caminar hacia una banca en el muelle municipal de Puerto Ayora, en Galápagos.

Sus manos son ásperas y ‘bacheadas’. Tiene ojos chiquitos y profundas líneas de expresión. Su cabello es rizado y algo blanco por el paso del tiempo y la experiencia. Y es que Manuel pesca desde hace más de 50 años… prácticamente creció en el mar.

Heredó el oficio de su padre, con quien llegó a Galápagos cuando aún era un niño.

“A mis padres se les dio la oportunidad de venir desde Esmeraldas para trabajar en Galápagos. Mi papá vino como pescador”.

Fue él quien le enseñó lo que sabe del mar y lo guío en sus primeras travesías. De él también aprendió los primeros artes de pesca -como el empate-, que hasta hoy utiliza con el mismo detalle con el que lo hacía su padre.

Recuerda sus primeras salidas mientras se frota las manos rugosas y lastimadas por la faena -como llaman los pescadores a sus jornadas de trabajo-.

“Cuando comencé a pescar con mi papá salía en épocas de vacaciones. Terminaba la escuela y corría al mar, porque me gustaba. Faltando algunos meses para Semana Santa, pescábamos y salábamos el bacalao y eso se vendía al continente”.

En ese tiempo “no había más de cuatro embarcaciones” en Santa Cruz. Hoy hay más de 188.

Hoy por hoy, 325 personas viven de la pesca en Galápagos. Y cada vez parece que hay menos.

Manuel, sin dudar, afirma que el sector pesquero de Galápagos vive una escasez de mano de obra. “Existe un déficit de más de 300 pescadores, en relación con el número de embarcaciones”. Cada una necesita de entre cuatro a seis trabajadores. Pero ¿qué pasó con los pescadores?

BOTE. La embarcación lleva el nombre de don Manuel.

***

Son las 07:00 y la mañana empieza movida en el muelle municipal de Puerto Ayora. Unos llegan en bicicleta para salir de faena, mientras otros parquean sus camionetas para comprar parte del producto que acaba de llegar en los botes.

Pescadores y comerciantes se reúnen en este punto casi todos los días. Entre grupos, conversaciones y risas, un hombre flaco y ya de edad aparece en bicicleta para repartir café. También aprovecha para conversar e igualarse de las ‘noticias’.

No todos están cómodos con la presencia de extraños en el muelle. Algunos se alejan y otros mantienen su mirada fija. Manuel, que llegó ya con la barba cortada, explica que el sector pesquero de Galápagos prefiere mantenerse reservado con quien no conoce.

¿Por qué?

“Hay personas que han venido a hacer entrevistas de ONG, a veces fingiendo interés en los pescadores; pero nunca se han visto los beneficios para nosotros”.

Manuel, con más energía después de una noche en tierra, alza la mano y silba fuertemente para llamar a un taxi en el muelle. El bote empieza a acercarse tras el agudo estruendo para llevarnos hasta ‘Don Pati 3’, su embarcación.

El bote es más grande que una fibra -como conocen a las lanchas los pescadores-. Como casi todas las embarcaciones, luce un color celeste y blanco que resplandece con el fuerte sol de Santa Cruz. El barco, como dice don Manuel, es un poco más cómodo: tiene cocina, baño, cabina y pequeños espacios que funcionan como camas para la tripulación.

Tras un pequeño salto de bienvenida, llegó la hora de descargar y vender la pesca que logró durante los ocho días que pasó en el mar. En el proceso acompañan todas las personas que participaron en el viaje para repartirse la pesca.

Antes de empezar hay que limpiar y filetear el pescado. Con cuidado, un ayudante retira las albacoras -como se le conoce al atún de aleta amarilla, con el que se preparan encebollados y otros platillos- de los congeladores. Son grandes, tanto que deben cargarse con los dos brazos. Tienen un color plateado y un cuerpo abultado.

Con cuidado las entrega para que Manuel las procese. Él, con una precisión casi de cirujano, apoya el pescado sobre una madera algo roída y empieza a retirar la piel con movimientos delicados pero firmes.

Atrás, la algarabía y las risas del equipo de pescadores no es tan diferente a las reuniones de amigos de esas que se sienten tan familiares. El hijo de Manuel postea en sus redes que el pescado está disponible en el muelle para que los vecinos y dueños de restaurantes “bajen a hacer el gasto”. Y es que, aquí, casi todo lo mueven los pescadores.

CONVIVENCIA. Pescadores conviven con diferentes especies marinas como las comadres (aves).
CONVIVENCIA. Pescadores conviven con diferentes especies marinas como las comadres (aves).

Una ‘comadre’ -ave marina- se acerca al barco con su peculiar y agudo canto mientras Don Manuel corta la albacora. A esta se suma un pelícano que busca cazar cualquier sobrante del pez.

– ¿En este viaje pescó lo que esperaba? – pregunto mientras, sin perder la concentración, retira las entrañas del pescado.

– “La verdad no. La pesca estuvo baja y eso que el viaje duró más de lo esperado, porque no pensábamos quedarnos más de seis días” – dice mientras continúa el trabajo.

Pero este no es un problema nuevo. Cada día, como explica Don Manuel, se pesca menos y se debe salir más lejos para que el viaje sea rentable. Y es que una sola salida corta puede costar al pescador entre $800 y $1.200, o más.

– Cuando pescaba con papá, yo salía a pescar a las 08:00 de la mañana y a las 14:00 ya estaba de vuelta con 200 o 300 libras de bacalao. Hoy, yo voy a buscar bacalao y me demoro siquiera una semana para tener 200 libras – recuerda que hace 40 años el mar estaba lleno de vida.

Repito, Manuel registra claramente una reducción de peces, langostas y otras especies en Galápagos en los últimos 40 años.

Esta reducción de las poblaciones marinas no es solo una percepción suya. Otros pescadores como Franklin Zavala, exdirigente pesquero en San Cristóbal, también la siente.

– “La pesca blanca o pesca de altura ha bajado bastante. Aquí en Cristóbal hemos tenido jornadas con hasta más de 15 días sin encontrar pesca. Eso no pasaba antes – dice enfáticamente –. La gran flota industrial e internacional ha reducido enormemente la población de peces pelágicos. A veces no encontramos pesca”.

Y es fácil, como dice Don Manuel, llegar a una conclusión: “Si pesco menos y veo menos es porque hay menos peces”.

Esta reducción de la vida marina es uno de los factores que ha llevado a los pescadores a dejar el oficio. Para muchos la actividad deja de ser rentable. Tomando en cuenta la inversión que hacen para emprender el viaje, no siempre pescan lo suficiente como para obtener ganancias.

FAENA. Manuel, junto a su hijo y sus ayudantes, descargan la pesca de la jornada de trabajo para venderla.
FAENA. Manuel, junto a su hijo y sus ayudantes, descargan la pesca de la jornada de trabajo para venderla.

Lucha contra la industria

Todos los pescadores con los que conversé encontraron en la pesca industrial uno de los principales culpables de la reducción de las poblaciones marinas en las islas.

Ramiro Serrano tiene 48 años. Él es un amante del mar. Cuando era joven dejó la universidad para unirse a la marina mercante, donde se convirtió en capitán de altura. Es el único de su familia que decidió dedicarse a la pesca. Para él, la conclusión es “obvia”:

– “Imagínate, un barco de 1.200 toneladas que pesca cerca de la reserva. Esta embarcación tranquilamente puede pescar en 15 días lo que representa más de un año de trabajo para la flota pesquera artesanal de Galápagos”.

Aunque estas embarcaciones no puedan ingresar en la reserva, sí tienen permitido hacerlo en la Zona Económica Exclusiva – en el caso de la flota industrial ecuatoriana –. En el caso de la flota internacional, no hay regulación que pueda prohibirles pescar fuera de este espacio, en aguas internacionales.

A través de esta área que rodea a las islas circulan varias especies de peces migratorios, como las mismas albacoras, que buscan llegar a Galápagos.

– “Los peces que vemos y podemos pescar en Galápagos son prácticamente los que sobrevivieron a la flota industrial. Y a eso se suma la flota internacional” – dice.

Lenin Morales, pescador en San Cristóbal, concuerda con Ramiro. Explica que los barcos industriales pescan con artes dañinos por su gran tamaño. Entre estos el palangre – consiste en largas cuerdas que se lanzan horizontalmente en el mar, de estas cuelgan anzuelos que pueden colocarse a diferentes profundidades; este arte se considera de alto impacto y poco selectivo– o las redes de cerco.

– “Los industriales tiran miles de anzuelos, en el caso del palangre, con un solo lance. – alza un poco la voz en medio del eco de una pequeña estructura en el muelle de San Cristóbal -. Imagínese cuántos peces sacan solo con ese lance”.

Otro de los problemas que denuncian los pescadores son los plantados, o llamados técnicamente como dispositivos agregadores de peces. Estos son mecanismos submarinos que cuentan con grandes cantidades de carnada colgando de una boya GPS. Estos suelen tirarse en los extremos de Galápagos para que las corrientes los lleven dentro y después recogerlos en el lado opuesto con toda la pesca conseguida.

Morales reconoce que en cada salida de pesca es normal ver “tres, cuatro o hasta cinco de estos dispositivos en el mar”. Exigen más controles.

– “En estos tiempos ha bajado bastante la pesca de altura de albacora, peces espada y palometa. Lo que nosotros cuidamos, ellos se llevan y a nosotros nos dejan sin el recurso. – dice tras tomar una bocanada de aire y suspirar”.

 

A los pescadores no les falta razón. Margarita Brandt, bióloga marina de la Universidad San Francisco de Quito, ha investigado la evolución poblacional de las especies marinas en Galápagos. Ella, coincidiendo con la versión de don Manuel, asegura que las especies marinas son menos numerosas desde hace 40 años.

– “Las especies grandes y longevas son menos comunes. La presión pesquera se aplica de forma desigual en las comunidades marinas y las reduce” – explica.

La científica destaca que estos problemas han afectado directamente la dinámica de las especies que conviven en Galápagos. 

Entre estas existen relaciones beneficiosas que pueden verse afectadas. Pone como ejemplo el caso del bacalao: “Cuando su población fue disminuyendo, también lo hizo la población de arenques, que eran los que comían las bacterias de los bacalaos”.

Todo está conectado en el archipiélago, por lo que el impacto de la sobrepesca también se traslada a los pescadores artesanales.

Mauricio Castrejón, biólogo marino especialista en conservación de ecosistemas marino-costeros, explica que el impacto de la flota industrial palangrera -arte permitido en la Zona Económica Exclusiva (ZEE), pero prohibido en la reserva marina- ha afectado en mayor medida a las poblaciones de atunes y tiburones. Niega que estos daños tengan como responsables a los pescadores artesanales.

– “El impacto de la flota artesanal es insignificante en comparación a la flota industrial. El stock pesquero se ve afectado por la sobrepesca”.

Pero este no es el único ‘dolor de cabeza’ que ha causado la pesca industrial a los pescadores artesanales de Galápagos. La competencia en precios que deben enfrentar cuando el pescado llega al continente puede dejar a los artesanos con pérdidas, en particular desde que la pandemia hizo caer el turismo y el consumo local.

Jimmy Patiño, hijo de Manuel, explica que mientras ellos venden la libra de albacora a $2,50 en la isla, los pescadores industriales la venden a $1,50 o $1,80 en el continente. Esto obliga a los pescadores artesanales a bajar el precio de su producto para exportarlo “cuando no se logra vender todo en el comercio interno”.

Ellos también exportan pescado internacionalmente, pero, en este caso, es el intermediario el que cobra el precio internacional del producto. Este valor no lo ven los pescadores.

– “Uno tampoco puede quedarse con pescado entonces le toca venderlo por lo que den. Los intermediarios nos compran una albacora grande en $50 y la venden en $250 o $300 en Miami. Prácticamente, el trabajo del pescador artesanal está precarizado por todos lados”, dice Jimmy.

El mar se calienta

Pero la sobreexplotación pesquera y la precarización del oficio no son los únicos motivos por los cuales los pescadores artesanales caminan hacia la extinción.

Un estudio realizado por World Wildlife Fund y otras organizaciones demostró que la cantidad de peces en algunas regiones tropicales podría disminuir entre un 30% y 40% hasta 2100 por el impacto del cambio climático. Las especies más buscadas por pescadores artesanales podrían perder sus fuentes de alimento en los próximos años.

Existen especies como el pez dorado o el bacalao que ya se ven afectados por las variaciones en temperatura y acidez del mar en Galápagos. 

¿Hay que preocuparse? El estudio afirma que sí. Investigadores revelaron que en el peor de los escenarios el potencial de pesca en Ecuador podría disminuir 20,5% para 2050, mientras que la reducción de especies alcanzaría un 8,1%. Incluso en el mejor escenario, la afectación es significativa.

Regulaciones

En este rumbo, los pescadores, como concluye Manuel, corren “el riesgo de desaparecer con el paso de los años”. Otros artesanos, como Ramiro Serrano, sienten que los quieren desaparecer.

Y es que, aunque el Parque Nacional Galápagos ha emitido un total de 1.145 licencias de pesca, un documento más conocido como “la PARMA”, solo 325 se mantienen activas en la actualidad. ¿Qué ocurre con el resto? La respuesta es fría: 350 pescadores han muerto por distintas causas y 420 ya no se dedican a la pesca.

Para Manuel y otros artesanos, la falta de renovación de pescadores también ha afectado al sector. Él cuestiona el manejo de la PARMA por parte del Parque Nacional.

Esta licencia fue creada en 1998 tras el nacimiento de la reserva marina en Galápagos. Quienes se dedicaban a la pesca en ese entonces fueron censados y habilitados con la PARMA. Este es el único documento que permite a los pescadores artesanales operar dentro de la reserva.

El registro pesquero cerró en 2001 y, a partir de allí, solo los hijos de pescadores pudieron acceder a la PARMA para continuar con el oficio. Pero esto terminó en 2015, cuando la ley prohibió definitivamente el aumento o depuración de pescadores habilitados. Desde ese año no se han emitido más licencias.

– “No hay intención por parte del Parque de renovar pescadores y los dueños de embarcaciones tenemos un serio problema. Detrás de cada embarcación hay una inversión, hay una deuda, hay una familia que mantener. Pero si no tengo mano de obra, cómo trabajo, y si no trabajo cómo pago, y si no pago cómo mantengo mi embarcación” -dice Manuel.

El ocaso llega a Puerto Ayora y el sol pierde intensidad. Manuel respira hondo una vez más. Con la mirada perdida, recuerda que quizá en cuatro o cinco años la edad lo obligue también a dejar la pesca.

TARDE. El ocaso llega a Puerto Ayora.
TARDE. El ocaso llega a Puerto Ayora.

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– “A los pescadores nos quieren eliminar, nos quieren extinguir – defiende con fuerza Ramiro Serrano –. Están terminando con el sector pesquero”.

Él es más severo al describir las condiciones de los pescadores en Galápagos. Sus palabras y su voz reflejan el descontento por el olvido que ha vivido el sector.

“El 80% de la gente está entre los 35 y 60 años. Ahora no pueden heredar la PARMA y nuestros hijos tampoco pueden ser pescadores – dice molesto –. Te pongo un ejemplo: mañana me muero yo y el único medio de sustento para mi familia es la pesca. No puede pescar mi esposa, no pueden pescar mis hijos y tendrán que vender la lancha porque ellos no pueden ser pescadores. A eso hemos llegado”.

No todos los pescadores pueden mantener el ritmo con el paso de los años. El trabajo les exige fuerza y resistencia, desde el momento en el que, con una pequeña red de cerco, capturan la carnada en la playa hasta cuando, en la embarcación, deben lanzar y recoger una y otra vez los artes de pesca. Mientras más pescadores envejecen, la pregunta permanece: ¿Qué pasará cuando la mayoría ya no pueda dedicarse al oficio?

TRABAJO. En el muelle de pescadores, artesanos y comerciantes limpian y venden el pescado.

Ellos tienen las soluciones

Manuel Patiño se lamenta de esta realidad. Como otros pescadores, él piensa que hoy por hoy la faena no es una opción rentable, ni segura.

“No solo que cada día pesco menos, sino que los riesgos que se corren son muy altos al tener que salir cada vez más lejos y por más días al mar. La verdad, no tiene futuro la pesca en Galápagos” -dice con la vista fija en el horizonte y voz baja-.

Él, por ejemplo, ya intentó dejar la pesca. Hace cinco años buscó dedicarse a la pesca vivencial como actividad turística, pero las condiciones de su embarcación y los términos del concurso impulsado por el Consejo de Gobierno de Galápagos no se lo permitieron.

“Yo ya no quiero vivir de los peces muertos, quiero vivir de los peces vivos – dice con ansias en los ojos-. Pero hasta ahora no me lo han permitido porque no se han vuelto a abrir procesos”.

Y es que para artesanos como Don Manuel la opción es pescar o pescar, dado que las regulaciones enGalápagos no permiten un cambio de actividad sin burocracia de por medio. “Quieren que haya menos pescadores, pero cuando pedimos dedicarnos a otra actividad no nos dan facilidades”.

El pedido de varios pescadores va dirigido hacia las autoridades. Exigen que se los regrese a ver pues, como defiende Lenin Morales, “a veces olvidan que en Galápagos también vivimos personas”.

“No queremos que nos regalen nada. Pero sí pedimos que también piensen en nuestra reactivación o que nos den créditos, que nos exoneren de impuestos, como se ha hecho con otros sectores -dice con un tono firme.”

Lenin también llama a la conciencia y al apoyo para la gestión de exportaciones directas desde los pescadores.

De este modo, plantean eliminar al intermediario de la ecuación y aumentar la rentabilidad de la pesca. “Así ganaríamos más por menos producto. Y así no solo ayudas a los pescadores, sino que reduces la presión pesquera”.

Ángel Yánez, alcalde de Santa Cruz, asegura que el 80% del mercado local pertenece a los pescadores artesanales. Niega que el objetivo de las instituciones sea eliminarlos o sacarlos de la actividad.

– «Lo que estamos intentando impulsar nosotros es la reducción del esfuerzo pesquero. Buscamos que el pescador pueda pescar menos y recibir un mayor precio por su producto.»

Él propone la creación de un sello verde, de origen, para realzar la calidad de la pesca y, con esto, abrir mercados donde el artesano pueda ganar más por su producto.

Lenin, a sus 55 años, no tiene mucha esperanza en las propuestas. Espera que la pesca artesanal no muera con él “y el resto de los compañeros”.

Qué sería de Puerto Ayora sin las reuniones de pescadores tras la faena, donde los vecinos llegan a comprar pescado. O sin el espectáculo que dan, junto a los pelícanos, en el muelle al limpiar el producto para la venta; ese que tanto gusta a los visitantes.

Desde el brujo que comen los turistas hasta la albacora de los encebollados, todo lo traen ellos. Y aunque suena distópico pensar en Galápagos sin sus ‘guardianes’, para allá caminan.

 

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