Al pie de la cruz de Jesús somos conducidos a reconocer el amor de Dios por cada persona en concreto: por usted, por mí, somos conducidos a creer en la humanidad amada por Dios hasta este punto.
Al pie de la Cruz somos empujados a abrir la riqueza interior que todos llevamos dentro, la riqueza interior de nuestro amor, de nuestra sabiduría, de nuestro deseo de felicidad y belleza, de nuestra realización personal hasta hoy.
Y al pie de la Cruz de esa riqueza interior bien abierta, nuestro corazón será traspasado por el amor de Jesús, víctima inocente de la violencia pecadora.
Y al pie de la Cruz, si somos valientes para sostenernos a esa ruptura y fisura de nuestro corazón, dejaremos espacio para que entre muy adentro de nosotros la salvación de Jesús, su amor y la comunión con su vida y con su Evangelio. Así saldremos de nuestras corazas, de nuestras hipocresías, de nuestra poca fe.
Al pie de la Cruz debemos aprender que la felicidad, la gloria, la belleza de nuestra vida y de nuestra muerte, nuestro éxito y nuestra victoria se encuentran en el signo de la Cruz.
Por ello decimos: “Te alabamos, oh Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo”.