Vientos navideños…

En la época navideña, mucha gente pierde la cabeza en desesperados intentos por comprar. Las calles se convierten en ríos de gente cargada de golosinas y obsequios: desde los más sensibles hasta los más burdos, en muchas ocasiones, para quedar bien y librar las apariencias.

De hecho hay personas que compran al por mayor el mismo perfume para todas sus amistades y así la Navidad, se convierte en una época perversa que sirve para disfrazar afectos y exacerbar el aberrante consumismo en el que vivimos.

En estas fechas, algunos congéneres, como para tranquilizar sus conciencias, se vuelven generosos con los indigentes y, antes de ocuparse de sus ovíparas cenas, salen a repartir golosinas, juguetes de segunda mano o algún bocado entre los más pobres y menesterosos, que hoy más que nunca abundan en las vías.

Ciertamente la pandemia ha disminuido notablemente el bullicio y las celebraciones de este tiempo, a pesar de que nos manifestamos como sociedades neocoloniales porque asumimos con prontitud lo que viene de fuera, así sin ton ni son, sin mayor entendimiento vivimos el infamante ‘viernes negro’, en el que la gente hace interminables colas para ingresar a los moles y arrancharse los productos que se ofertan en ganga. Ahora también estamos celebrando ‘la cena de acción de gracias’, una costumbre típicamente norteamericana, que seguro junto al Black Friday y Halloween, se consagrará como una más de nuestras tradiciones posmodernas.

Lo verdaderamente preocupante es la inequidad mundial, las brechas entre pudientes y menesterosos; ahora también entre sanos y enfermos. Seguro los políticos, sobre todo los asambleístas, que cuando se trata del beneficio de sus intereses personales no dudan en acordar y votar en consenso, pero cuando son los destinos del país se vuelven desastrosamente indolentes, esos celebrarán opulentamente estas fiestas, mientras las inmensas mayorías empobrecidas, continúan su calvario por sobrevivir.

Mañana, cuando se termine diciembre, los candidatos buscarán confundirnos, a toda costa robarnos el voto y, otra vez, entre los ciudadanos más ingenuos renacerá la esperanza de días mejores; pero hay otros vivarachos, a los que les importa nada el destino de la Patria, cuanto aprovechar las coyunturas que traiga el nuevo gobierno y hacerse de contratos, de prebendas, en definitiva de lucrar a como dé lugar, de convertirse en nuevos ricos de “grandes aspiraciones”, aunque sea fraudulenta su actuación.

Ojalá después del catastrófico Covid-19, los excesos consumistas, las corruptelas políticas y en general las mezquindades humanas en algo se hayan corregido, de lo contrario seguiremos a la deriva.