Solamente lamentos

José Albuja Chaves

No soy muy partícipe de escribir comentarios relacionados con las creencias religiosas de los ciudadanos y de la familia en general. Convencido estoy que son asuntos de fuero interno y personal y no deben estar sujetas a debate ni confrontaciones. Siendo las religiones asuntos de orden espiritual lo mejor es respetarlos, así encontremos serias contradicciones en ellas desde puntos de vista personales; incoherencias y hasta fanatismos desorbitados en ciertos sectores sociales que hacen de la religión hasta una guerra intestina y la proyectan a sus enemigos como un acto de rendir devoción a un dios que los vigila y ordena.

Últimamente se han desatado escándalos en nuestro país y en casi todos los rincones del mundo, algo así como una epidemia, que estaría asolando a menores de edad, estudiantes, monjas incluidas, y hasta hijos, hijastros, en los que se practican hechos de pedófila, pederastia, proxenetismo por parte de curas, acólitos y desde luego aberrantes hechos incestuosos hasta en nietas de parte de abuelos sicópatas.

Los afectados se cuentan por miles en las últimas décadas, pero si nos remontamos a la antigüedad resulta que esta práctica viene trasladándose con el discurrir de los siglos a la manera de una endemia frenética que nadie ha parado.

Mucho encubrimiento de la Iglesia Católica se advierte cuando en sus narices en el propio Vaticano sucedían actos bochornosos registrados en su propia historia. Así como las elevadas jerarquías de muchos países se han hecho de la vista gorda cuando sus acólitos han desviado sus misión con hechos punibles e inhumanos.

De tal suerte que el Vaticano debe poner mano dura y no solamente lamentarse y “ponerse junto a las víctimas”, sino mandar sacando a los perniciosos y sus alcahuetes, así como el Estado debe aplicar la norma civil sin contemplaciones.