Sin Correa

Jorge Oviedo Rueda

Después de Velasco Ibarra no ha habido en Ecuador un líder que hipnotice a las masas como Rafael Correa Delgado. Me dirán que Jaime Roldós, pero en su caso, igual que en el de Velasco, manejaban un discurso de corte personalista, no ideológico. No es el caso de Correa, su discurso fue meticulosamente preparado en los laboratorios de la izquierda, es más, la izquierda boba le autorizó a usar su discurso convencida que, desde adentro, iban a poder imponer su agenda.

Con ese discurso ganó todas las elecciones, incluida la de su sucesor. ¿Cómo es que la Academia, los analistas políticos, los sabelotodo no dan una explicación racional a este fenómeno? Es evidente que no lo explica la cara bonita de Correa, hay algo de fondo que, estando a la vista de todos, nadie lo quiere ver.

Se trata del discurso. Copa las expectativas de la gente humilde, promete el mundo que no tienen, fustiga la pobreza, demuestra que se la puede superar y sostiene que tenemos un sistema perverso, incapaz de resolver sus problemas; pero también adula el revanchismo pequeñoburgués, estimula las aspiraciones de una clase media arribista y fustiga a los culpables señalándoles con nombres y apellidos.

Es un discurso de clase que ataca los males estructurales de la sociedad imbricado con la corriente latinoamericana del progresismo. Eso es lo que hipnotiza a las masas, lo que tiene condumio, lo que es acertado y creador. Correa lo ha manejado magistralmente durante diez años, siendo, por su práctica política, un político de derecha.

El sistema está sacando a Correa de la contienda política electoral, pero no podrá esfumar a los “borregos” correístas que necesitan dirección política más allá de los Patiño, las Aguiñaga y el mismo Correa. Es hora del pensamiento revolucionario.

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