Carlos Freile
Algún sabio cuyo nombre no conservo escribió estas iluminadoras palabras: “Callar de sí mismo, es humildad. Callar los defectos ajenos es caridad. Callar las palabras inútiles es penitencia. Callar a tiempo es prudencia. Callar en el dolor es heroísmo. Callar de los pícaros es encubrimiento”. Todos conocemos que los políticos no guardan los cinco primeros de estos silencios, pues suelen pecar de soberbios, odiadores, impenitentes, imprudentes y cobardes. Para tragedia de sus conciudadanos tan solo cierran la boca frente a las picardías y se convierten en sempiternos encubridores de toda suerte de trampas y engaños. Dicho sea con la certeza de la existencia de las excepciones, las cuales en nuestro medio se cuentan con los dedos de una mano.
Que una persona común calle frente a las picardías consuetudinarias ya debe provocar vergüenza en ella y rechazo en los otros, pero cuando quien calla es quien está llamado por su deber a hablar, cuando calla quien ha sido llamado por el pueblo a denunciar las picardías, entonces ya no solo se trata de encubrimiento, sino de complicidad y prevaricación.
Sin embargo, se debe combatir con denuedo el silencio comodón frente al silencio colaborador con el delincuente: tal vez no podemos exigir hablar con entereza a los miembros menos favorecidos y educados de la sociedad, sus urgencias van por otro camino; pero sí a la clase media y a los estudiados. Hoy por hoy nuestro país parece un territorio de hombres sin lengua para hablar, sin garganta para gritar, sin valor para denunciar; todo ello permite sospechar que tampoco tienen conciencia para distinguir el bien del mal, diría más: ya no conocen la realidad del mal, todo se ha diluido en el beneficio personal, en el interés pasajero y en la ilusión de qué día podrá llegar en que le toque a uno la ocasión de ser pícaro, ladrón de alto vuelo o simple truhán del montón sin temer el castigo ni avergonzarse de una quimérica mala fama. Y entonces, bienvenido sea el silencio de los demás; cuando toque la respectiva ración los demás callarán, y todos contentos.