Pablo Vivanco Ordóñez
Aristóteles, filósofo griego, definió al ser humano como un “animal político”, porque para los griegos la política no era una actividad social que pueda ser autónoma de las otras actividades, sino que era concebida como la forma superior de vida social. La política, en su enunciación original significa libertad, ya que ella nos otorga la libertad de construir la sociedad, tanto desde la economía, la educación, y la vida en común. Entonces, hacer política nos libera del yugo de la ideología dominante para, de manera colectiva –porque la política solo puede ser colectiva–, forjar una sociedad más justa y libertaria.
Bertolt Brecht en su poema “El analfabeto político”, dice que “no sabe, el imbécil, que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos, que es el político trapacero, granuja, corrupto y servil de las empresas nacionales y multinacionales”.
Además, la política nos demanda reflexionar sobre nuestros valores y principios para no ser indiferentes. Por eso, Antonio Gramsci escribe: “Creo que vivir significa tomar partido. No pueden existir quienes sean solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien realmente vive no puede no ser ciudadano, no tomar partido. La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida”.
Otto René Castillo, en su poema “Intelectuales apolíticos”, dice que algún día los intelectuales serán interrogados por “el hombre sencillo de nuestro pueblo”, y no se les preguntará sobre “sus estériles combates con la nada, ni sobre su ontológica manera de llegar a las monedas”, pero sí se los cuestionará sobre su quietismo cómplice cuando a nuestra República, nuevamente y en silencio, le es arrancada la esperanza.
Y para recobrar el ánimo de quienes aún preservan la conciencia, citemos a Roque Dalton cuando en su poema “Ley de vida” decía que “en la lucha social también los grandes ríos/ nacen de los pequeños ojos de agua/ caminan mucho y crecen/ hasta llegar al mar”. (O)