Propósito de enmienda

Carlos Freile

La doctrina católica, tan olvidada y despreciada, enseña que para obtener el perdón de los pecados no basta con confesarse de labios para afuera, se necesita también arrepentirse de ello y tener el firme propósito de no volver a pecar. Sana doctrina que a lo largo de los siglos ha ayudado a millones de personas a reorientar sus vidas.

En los últimos meses hemos contemplado como políticos de diverso pelaje han cambiado rumbos, han aborrecido de su pasado próximo, pero no se les ve arrepentidos de verdad, pues no han declarado ni de palabra ni de obra que no quieren volver a las mañas de la famosa década. A ellos se les puede aplicar con toda seguridad varios refranes (como hizo este columnista hace algunos meses), entre ellos “Obras son amores y no buenas razones”.

Si algún político proclama odio eterno al anterior mandamás y no corrige sus propias acciones, calcadas de su supuesto odiado, si no impulsa iniciativas reales para un cambio hacia una democracia un poco más auténtica, se debe concluir que no tiene voluntad de colaborar para enrumbar al país por otros derroteros.

Hoy como ayer reinan los “patriarcas de la componenda”, en frase certera de Jaime Roldós, siguen las mismas triquiñuelas, las mismas desmemorias de honras propias y de dignidades íntegras. Casi nada ha cambiado en nuestra vida política. Se cometen los mismos pecados, repetitivos y cansones.

En medio de esta rutina de reediciones de bajezas aparece una justificación inédita para una componenda vergonzosa: un partido de supuesta oposición vota por el candidato del partido oficialista con el argumento de que los ecuatorianos con su voto le dieron al triunfo a este. Se ha arrojado al tacho de la basura la representación de las minorías y la obediencia debida a los mandantes.

Una democracia en que los representantes de las minorías ayudan a componer la mayoría, sin caso de emergencia real, no es tal. Seguimos enfangados en las componendas, lo nuevo solo se ve en las justificaciones, de mucha imaginación rocambolesca y ninguna decencia.

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