Pandillas contraatacan

Roque Rivas Zambrano

Las barras que se escuchaban en la sala de reuniones del Mercado de Solanda sonaban igual que oraciones en una sesión religiosa. Sin embargo, quienes las coreaban no le rezaban a ninguna deidad. Los hombres de traje y las mujeres con vestidos de lentejuelas estaban de fiesta. El set de reguetón solo se interrumpió para corear el nombre de la pandilla. Bastaron horas para que la celebración se convirtiera en un campo de batalla.

Uno de los asistentes, que irrespetó los códigos internos, fue expulsado de la reunión. Llegaron al lugar más personas que empezaron a atacar con piedras a quienes estaban dentro de la sala. Los invitados respondieron lanzando las sillas de plástico y lo que tuvieran a la mano. Los vecinos del sector grabaron con sus celulares estos hechos.

Algunos afirman que había individuos en moto con pistolas y que en la riña apuñalaron a un hombre. La Policía llegó una hora más tarde, cuando ya todo se había disipado y solo quedaban los rastros de la guerra: vidrios rotos, sangre en la vereda, restos de plástico y botellas. Según se dice -y es notorio por grafitis en las paredes- las pandillas están reapareciendo en el barrio.

Este evento preocupa a los habitantes de Solanda, quienes sufrieron, en décadas pasadas, las consecuencias de grupos que se enfrentan por el control del espacio. Si bien en el 2000 estas agrupaciones adquirieron presencia, fue entre 2011 y 2012 que los medios reportaron una ola de violencia que cobró vidas.

Quienes vivieron esa época, y fueron testigos de sangrientas confrontaciones, coinciden en que este tipo de problemas surgen ante la falta de espacios culturales para que los jóvenes puedan socializar y aprender cosas nuevas o practicar deportes. Las pandillas no solo contraatacan, también son un síntoma de una sociedad empobrecida, violenta y excluyente.

[email protected]

Roque Rivas Zambrano

Las barras que se escuchaban en la sala de reuniones del Mercado de Solanda sonaban igual que oraciones en una sesión religiosa. Sin embargo, quienes las coreaban no le rezaban a ninguna deidad. Los hombres de traje y las mujeres con vestidos de lentejuelas estaban de fiesta. El set de reguetón solo se interrumpió para corear el nombre de la pandilla. Bastaron horas para que la celebración se convirtiera en un campo de batalla.

Uno de los asistentes, que irrespetó los códigos internos, fue expulsado de la reunión. Llegaron al lugar más personas que empezaron a atacar con piedras a quienes estaban dentro de la sala. Los invitados respondieron lanzando las sillas de plástico y lo que tuvieran a la mano. Los vecinos del sector grabaron con sus celulares estos hechos.

Algunos afirman que había individuos en moto con pistolas y que en la riña apuñalaron a un hombre. La Policía llegó una hora más tarde, cuando ya todo se había disipado y solo quedaban los rastros de la guerra: vidrios rotos, sangre en la vereda, restos de plástico y botellas. Según se dice -y es notorio por grafitis en las paredes- las pandillas están reapareciendo en el barrio.

Este evento preocupa a los habitantes de Solanda, quienes sufrieron, en décadas pasadas, las consecuencias de grupos que se enfrentan por el control del espacio. Si bien en el 2000 estas agrupaciones adquirieron presencia, fue entre 2011 y 2012 que los medios reportaron una ola de violencia que cobró vidas.

Quienes vivieron esa época, y fueron testigos de sangrientas confrontaciones, coinciden en que este tipo de problemas surgen ante la falta de espacios culturales para que los jóvenes puedan socializar y aprender cosas nuevas o practicar deportes. Las pandillas no solo contraatacan, también son un síntoma de una sociedad empobrecida, violenta y excluyente.

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Las barras que se escuchaban en la sala de reuniones del Mercado de Solanda sonaban igual que oraciones en una sesión religiosa. Sin embargo, quienes las coreaban no le rezaban a ninguna deidad. Los hombres de traje y las mujeres con vestidos de lentejuelas estaban de fiesta. El set de reguetón solo se interrumpió para corear el nombre de la pandilla. Bastaron horas para que la celebración se convirtiera en un campo de batalla.

Uno de los asistentes, que irrespetó los códigos internos, fue expulsado de la reunión. Llegaron al lugar más personas que empezaron a atacar con piedras a quienes estaban dentro de la sala. Los invitados respondieron lanzando las sillas de plástico y lo que tuvieran a la mano. Los vecinos del sector grabaron con sus celulares estos hechos.

Algunos afirman que había individuos en moto con pistolas y que en la riña apuñalaron a un hombre. La Policía llegó una hora más tarde, cuando ya todo se había disipado y solo quedaban los rastros de la guerra: vidrios rotos, sangre en la vereda, restos de plástico y botellas. Según se dice -y es notorio por grafitis en las paredes- las pandillas están reapareciendo en el barrio.

Este evento preocupa a los habitantes de Solanda, quienes sufrieron, en décadas pasadas, las consecuencias de grupos que se enfrentan por el control del espacio. Si bien en el 2000 estas agrupaciones adquirieron presencia, fue entre 2011 y 2012 que los medios reportaron una ola de violencia que cobró vidas.

Quienes vivieron esa época, y fueron testigos de sangrientas confrontaciones, coinciden en que este tipo de problemas surgen ante la falta de espacios culturales para que los jóvenes puedan socializar y aprender cosas nuevas o practicar deportes. Las pandillas no solo contraatacan, también son un síntoma de una sociedad empobrecida, violenta y excluyente.

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Roque Rivas Zambrano

Las barras que se escuchaban en la sala de reuniones del Mercado de Solanda sonaban igual que oraciones en una sesión religiosa. Sin embargo, quienes las coreaban no le rezaban a ninguna deidad. Los hombres de traje y las mujeres con vestidos de lentejuelas estaban de fiesta. El set de reguetón solo se interrumpió para corear el nombre de la pandilla. Bastaron horas para que la celebración se convirtiera en un campo de batalla.

Uno de los asistentes, que irrespetó los códigos internos, fue expulsado de la reunión. Llegaron al lugar más personas que empezaron a atacar con piedras a quienes estaban dentro de la sala. Los invitados respondieron lanzando las sillas de plástico y lo que tuvieran a la mano. Los vecinos del sector grabaron con sus celulares estos hechos.

Algunos afirman que había individuos en moto con pistolas y que en la riña apuñalaron a un hombre. La Policía llegó una hora más tarde, cuando ya todo se había disipado y solo quedaban los rastros de la guerra: vidrios rotos, sangre en la vereda, restos de plástico y botellas. Según se dice -y es notorio por grafitis en las paredes- las pandillas están reapareciendo en el barrio.

Este evento preocupa a los habitantes de Solanda, quienes sufrieron, en décadas pasadas, las consecuencias de grupos que se enfrentan por el control del espacio. Si bien en el 2000 estas agrupaciones adquirieron presencia, fue entre 2011 y 2012 que los medios reportaron una ola de violencia que cobró vidas.

Quienes vivieron esa época, y fueron testigos de sangrientas confrontaciones, coinciden en que este tipo de problemas surgen ante la falta de espacios culturales para que los jóvenes puedan socializar y aprender cosas nuevas o practicar deportes. Las pandillas no solo contraatacan, también son un síntoma de una sociedad empobrecida, violenta y excluyente.

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