Nueva etapa 

Carlos Freile

Allá por el mes de noviembre de 1974 inicié mi labor de profesor universitario y la finalicé hace unos meses. Una vez culminadas mis obligaciones y cumplidos todos los trámites me he jubilado. Han sido más de cuarenta años de dedicación a colaborar con los jóvenes en su formación, en dos campos académicos: la Historia y la Filosofía. Estos años me han significado profundas satisfacciones, he podido conocer los permanentes valores de la juventud y su capacidad de respuesta generosa. Cada vez que, en el aula, veía brillar una chispa inédita, de comprensión, de descubrimiento, de iluminación, sentía que mi modesta labor se llenaba de sentido. ¡Cuántos “Gracias” sinceros han convertido mi trabajo en una experiencia feliz!

Al mirar hacia atrás, intento reconocer los centenares de rostros fantasmales que pueblan mis recuerdos, pero es imposible; por eso me detengo en aquellos que, por vocación, han seguido mis pasos y ahora son profesores, muchísimos en colegios, pues dediqué largos años a una Facultad de Pedagogía, pero también en universidades. Converso con ellos, dialogo, aprendo tantas cosas de su manera de aproximarse a la realidad, me abren perspectivas insospechadas y pienso otra vez: valió la pena.

Esa presencia de mis antiguos alumnos en las aulas ahora como profesores me llena de esperanza y me obliga a ver el futuro con ojos ilusionados: queda mucho por hacer, ya no en las aulas, pero sí en la investigación, en la escritura, en las charlas sobre las cosas de la vida y la vida de las cosas. Queda desempolvar viejos proyectos y papeles antañones, releer documentos iluminadores, volver sobre pistas de interpretación, acoger con simpatía las consultas y las entrevistas, responder con humildad al ansia de conocimientos de los jóvenes que se acercan con respeto y espectativa.

Queda, de forma central, el sosiego del hogar, la compañía bienhechora de la mujer que conocí en las aulas universitarias y se convirtió en cayado y refrigerio a lo largo del camino. Quedan la esposa amada y los amados hijos, ¿qué más puedo pedir a mi bondadoso Dios?

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