POR: Mario García Gallegos
Ese es el sentimiento que embarga el corazón de los ecuatorianos después de la incursión forajida que enarboló durante diez largos años de abuso y anarquía, la bandera corsaria del socialismo del siglo veintiuno.
Nuestro país, asombroso girón de la geografía universal, donde bulle la vida y la diversidad; saturado de recursos y potencialidades físicas, humanas y culturales que asombran al mundo entero, ha perdido lamentablemente su norte y su destino.
Parecería que los sueños grandiosos de los forjadores de la nacionalidad han sido aniquilados por una generación de apátridas que practican el breviario perverso de la anarquía, del odio y la corrupción.
Nuestro Ecuador, proa de América, nacido para prender los horizontes de la libertad y de la justicia; patria de hombres y mujeres ilustres, que encendieron con su cultura ancestral los altiplanos de los Andes, las selvas del oriente, las llanuras del litoral y las islas encantadas de Galápagos: crisol fantástico donde se ha congelado el tiempo, que abre sus páginas de misterio y de grandeza a los ojos atónitos del mundo.
Esta Patria, forjada por la espada de Sucre y de Bolívar, por los sueños civilistas de hombre inmensos como: Pedro Moncayo, Rocafuerte y García Moreno; está hoy sufriendo las consecuencias de un saqueo sistemático de la moral ciudadana, traumatizada por la tragedia nacional que no le permite reaccionar y conseguir justicia y castigo ejemplar para la horda defraudadora que goza desvergonzadamente su escandalosa impunidad.
Y quieren volver a “recuperar la patria”, en agosto nos mostraron hasta donde son capaces. Consiguieron la complicidad de nuestros indios para incendiar a Quito, para detener al país entero; ellos quieren retornar a completar la tarea suspendida y cumplir la consigna de añadirnos a la patria socialista: esperpento mal llegado de la historia.