Libros prohibidos

Carlos Freile

Ha caído en mis manos un libro publicado hace unos tres años sobre los libros prohibidos en nuestro país. Cualquier persona con dos dedos de frente ya puede adivinar su contenido: solo se tratan los libros prohibidos o destruidos por la Iglesia Católica, aunque también hay referencias a ciertos mitos de esos que nunca morirán por su condición de anticatólicos, pareciera que las investigaciones más serias y actualizadas no habrían llegado a los valles interandinos.

Si los autores buscaban la imparcial defensa de la libertad de pensamiento bien habrían podido referirse a otras hogueras y a diferentes obstáculos a la libre expresión de las ideas, no vinculados a la Iglesia. Aquí en el Ecuador a fines del siglo XIX, a raíz de la imposición del liberalismo y en medio de las luchas partidistas, fueron incendiadas nueve bibliotecas eclesiásticas en diferentes ciudades. Pero estos incendios han quedado ocultos por la complicidad de los campeones de la “luz” frente al obscurantismo.

Menos aún se podría esperar referencias a la quema de libros en el México y en la España del siglo XIX, atentados a la cultura cometidos por personas autoproclamadas representantes del progreso. También se olvidan, reconozco que fuera del ámbito patrio, el incendio de las riquísimas bibliotecas de decenas de monasterios europeos, entre ellos la de Cluny, una de las mayores de Europa, por parte de calvinistas y de jacobinos. Ya en épocas más cercanas conviene recordar las prohibiciones y destrucciones de libros en los países de la órbita comunista.

De vuelta a nuestro país, ¿no sería conveniente recordar cuántas veces se ha impedido la publicación de libros o artículos por no estar de acuerdo con la cultura hegemónica? Es más, ¿nadie se acuerda de los innumerables impedimentos para que se conozcan textos ya editados por diferir del canon políticamente correcto? A todos nos consta que en varias universidades no se permitía el uso de ciertos libros o la cita de autores demonizados. Seamos honestos e imparciales, condenemos toda intransigencia, no solo la ajena.

[email protected]