Las cruces sobre el pavimento

“Las fachadas de las casuchas, en esas calles, se desmoronaban grisáceas. Parecían arrugarse de vejez prematura… Antonio condujo la conversación hacia sus preocupaciones: la política del país, la actividad obrera, la miseria que aquel año crecía como antes jamás se viera en la ciudad. Carolina subrayó: Los chicos vienen a la escuela en su mayoría sin desayunar ni almorzar. EI otro día en clase se desmayó uno, no estaba enfermo sino que hacía dos días que· no comía y lo avergonzaba pedir”. (Gallegos, 1946)

Qué escribiría Joaquín Gallegos Lara de su ciudad o su país si por un instante lográramos traerlo a nuestra presencia en estos tiempos que ya no son de tisis ni paludismo, pero son de coronavirus.
Seguramente se sorprendería al ver que las cosas no han cambiado tanto que digamos. Seguimos creyendo que los muertos están muertos por las balas, seguimos creyendo que el niño que duerme en la calle amanece muerto por el frío o por el hambre, decimos que el anciano murió «naturalmente» mientras tosía por enfermedad y en algún lugar clandestino decimos que una mujer ha muerto por practicarse un aborto pero aunque nos duela creer y aceptarlo, señores.
Las balas, el frío, el hambre, el aborto. ¡NO MATAN!

Mata la desigualdad, el odio de clase, las miradas de desprecio. Mata un Estado ausente, el abismo que queda entre la brecha del rico y el pobre. Mata la inoperancia, la exclusión. Son los mismos asesinos de ayer y de hoy.

Quizá esta vez las lechugas de agua sean reemplazadas por fundas plásticas oscuras y las pequeñas embarcaciones por pequeños autos con pico y placa. Son personas distintas pero tragedias iguales dice Rubén Blades. Quizá esta vez las cruces no posen sobre el agua pero se impregnen en el pavimento flotando por el aire, flotando por el aire.

Rogelio Durán