La democracia mecánica

Carlos Freile

J.R.R. Tolkien, uno de los autores más geniales y leídos del siglo XX y de los menos comprendidos, ha sido etiquetado de reaccionario, en el sentido tétrico que la progresía da a esta palabra. En verdad era conservador, monárquico, como católico habría preferido que se mantenga la misa en latín, por lo menos en ciertas ocasiones importantes.

Es cierto que desconfiaba de la democracia como se la vive en la actualidad. Para él, profundamente enraizado en su fe y en el clasicismo auténtico, no puede haber democracia sin fundamentos y principios espirituales: la igualdad de los seres humanos debe asentarse en aquello que más nos diferencia de los animales, no en el rebajamiento hacia conductas propias de macacos.

Los políticos, y ciertos intelectuales materialistas (en la práctica o en la teoría, no importa) han pervertido la democracia al basarla en principios “mecánicos y formales”. Cada cierto tiempo se organizan elecciones que cumplen requisitos de mera forma y ahí se quedan. Los candidatos llenan condiciones materiales, más allá de las normas externas buscan adecuarse a los deseos de las masas estupidizadas por el consumo y el uso de cosas; ellos no tratan de alcanzar niveles espirituales sobresalientes, poco comunes, aptos para guiar a la sociedad. No es desconocido que muchos electores buscan lo más material de los candidatos: el aspecto agradable, la juventud (alguna vez escuché a una señora empresaria que votaría por un candidato de izquierdas “por esos ojitos verdes que tiene”).

El peligro de esta ausencia de espiritualidad en la democracia, afirma Tolkien, es que “siempre llega el día en que algún Orco se apropia del Anillo del Poder; entonces lo que obtendremos, y lo estamos obteniendo ya, es la esclavitud”. No se piense en un Orco personalizado, sino en un partido o tendencia, pero sobre todo en el Estado cada vez más acaparador y totalitario, que pretende imponernos, so pretexto de democracia, un sentido de la vida animalesco y sin horizontes que no sean burda materia. Vale la pena reflexionar.

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