Por Ramiro Ruiz R.
El fútbol es el deporte más atractivo en el mundo. Sin embargo, no podemos ver al jugador y al equipo en los entrenamientos diarios antes de cada partido. No reparamos el cuidado en la alimentación, el descanso, la recuperación física y, sobre todo, mental, después de una derrota. Tampoco está a la vista la vida habitual.
No observamos la preparación física, los entrenamientos tácticos, técnicos, el dominio del balón, la visión completa y parcial del campo de juego para hacer pases precisos. Disparos interminables hasta conseguir puntería certera. Son parte del entrenamiento la resistencia ante la agresión del contrincante, y la actitud para neutralizar el conflicto personal.
Fortaleza moral, paciencia, ilimitada pasión por el juego convertido en estilo de vida. Los jugadores viven para jugar. Consideran como un trabajo responsable sin olvidar el significado del juego que es diversión, libertad, lucha permanente contra las limitaciones. Concentración total en las órdenes del director técnico. Obediencia. Estos elementos se repiten durante horas de cada día para un partido de noventa minutos.
Mientras los espectadores acuden al estadio a regocijarse, a limpiar sus sentimientos encontrados, a olvidar la rutina del trabajo. En el estadio se borra de la memoria problemas, las noticias de corrupción, política torcida, políticos inútiles; atropellos, en fin, la impureza social de todos los días. El fútbol es el momento de purificación mental y afectiva, de alejar los sentimientos inútiles que invaden la vida.
El estadio es el lugar democrático donde se anula el racismo, los conflictos de género, de religión o ideológico. Por eso no existe restricciones en la puerta de entrada. Ahí están los hinchas cubiertos por la camiseta del equipo o de la selección nacional, la pintura en la cara con los colores que los identifica y enorgullecen. Se ejerce el respeto al hincha de otro equipo y de otra nación.
No importa más que los compañeros o los contrarios sean ricos, pobres, cultos, negros, amarillos o blancos, viejos o niños, mujeres, hombres. Lástima que no se vean gritando a los curas porque seguramente se quedan en sus lugares de vida rezando en silencio, cerrados los ojos y encomendando a Dios el triunfo de su equipo o de su selección.
Todos miran el fútbol desde los graderíos, o en casa frente al televisor. Participan saltando, gritando, sufriendo, riendo. Hermanados al fin por culpa y complicidad de un juego. La democracia sin poderes, ni trincas, tampoco engaños. El poder del fútbol que ha penetrado en los hogares de las naciones de este mundo diverso, unidos en una hora y media. Esto y mucho más atrae el fútbol.