Jaime Vintimilla
Después de la reflexión navideña inmediatamente prosigue la celebración del Año Nuevo. Con toda seguridad aparecerán miles de monigotes que explicarán con sorna y humor todas las veleidades, deslices y escándalos que han carcomido al país durante el 2017.
Los desafíos que se deberán enfrentar son múltiples, pero, sin duda, destacan dos, ya que en caso de omitirlos marcarán la continuidad de la década sórdida o la transición a una nueva institucionalidad.
En primer lugar, la política económica debe ser clara y flexible, sin que se estacione exclusivamente en la concentración del manejo estatal que se aleja de una participación responsable del sector privado. Ningún modelo económico será exitoso si mantiene a las dos esferas separadas y hasta enfrentadas, pues el Estado no tiene capacidad para generar empleo ni inversión sin una convergencia de esfuerzos sincera y una legislación coherente.
Por otra parte, urge un replanteamiento de la institucionalidad imperante y para ello la consulta convocada será el mecanismo que iniciará este proceso, aunque no puede ser la única herramienta, pues el Ecuador ha demostrado ser un país que fácilmente cambia de normas, de instituciones y de políticas, pero que no logra una estabilidad que le permita trascender a los gobernantes de turno el funcionamiento adecuado del Estado.
Para tener éxito es necesario como indica el maestro Hernán Salgado “enseñar al ciudadano común cuál es el significado de tener una Constitución y comprender que no se trata de una ley más”, pues “organiza un sistema de convivencia política” fundado en valores que deben guardar concordancia con la realidad, sobre todo si se busca seguridad y estabilidad, elementos que los no hemos gozado desde hace mucho tiempo.
Sin economía transparente ni instituciones sólidas el futuro puede ser gris y muy doloroso, por ello conviene robustecer tanto la democracia como la madurez ciudadana.
Es momento de cambios que perduren en el tiempo, porque los experimentos continuos pueden destruir al país.