Roque Rivas Zambrano
Husmeando en Twitter encontré una cadena en que uno de los comentarios cuestionaba la respuesta que, supuestamente, el alcalde de Quito, Jorge Yunda, daba a la carta que recibió de uno de los integrantes de ‘La Posta’, por un intercambio de mensajes en la plataforma que dio de qué hablar a los internautas. Otro usuario le aclaraba que se trataba de un perfil humorístico, que no era una declaración oficial.
Aun cuando la cuenta tiene su foto y está registrada como @JorgeYundaUIO, basta con leer la descripción para saber que se trata de una parodia. Es claro que las barreras entre lo real y lo ficticio desaparecen en las redes sociales. Perfiles falsos, publicidades engañosas, usurpación de identidades… todo es probable en la autopista de la información.
Sorprende que, a pesar de esto, quienes frecuentan los espacios virtuales pecan de ingenuidad, al creer que todo lo de sus ‘TimeLines’ es una nueva verdad. El actual panorama demuestra que el ‘fact-cheking’ o verificación es la variante del periodismo más importante en la era digital.
Recientemente, Vanguardia publicó un artículo en el que habla de Bill Adair, el fundador de Politifact y ganador del premio Pulitzer por la cobertura de las elecciones estadounidenses de 2018. Para este especialista, el negocio más lucrativo en esta época son las “noticias falsas”, de las cuales se aprovechan los grupos políticos para reforzar creencias entre sus seguidores.
El mecanismo es sencillo: mediante algoritmos, él y su equipo, buscan declaraciones repetidas en la esfera política, registran transcripciones e impacto en redes y, finalmente, generan alertas que señalan las declaraciones sospechosas. Son pocos los medios que en nuestro país han adoptado esta práctica, imprescindible para un periodismo más responsable y comprometido.