Desafío valiente

Con cabello crecido, barbados y cansados por el encierro, esperamos el paso del aislamiento al distanciamiento social. De la descoordinación para enfrentar al Covid-19, al semáforo impuesto. De sucesos dramáticos por mortandad entre marzo y abril, a enfocar el miedo colosal de salir a la calle. De un pésimo gobierno plagado de ineptos y mentirosos, a dar prioridad al salvataje bancario, pago de deuda, priorizar la burocracia y agilizar la empobrecida economía. Incluso aún, sin tratar la educación de niños y jóvenes. Eso sí, se grabó la memoria histórica cuando se apiñaron 8 mil cadáveres en Guayaquil mientras la incompetencia sumaba 500 y días después un funcionario pedía calma porque “apenas” morirán 100 mil.

Una catástrofe de salud pública agravada por la corrupción, ignorancia y riesgo de volver al contagio mortal de un virus exponencial. Una enfermedad alojada en pacientes asintomáticos que lo seguirán propagando. Según varios epidemiólogos, el coronavirus mutará a estacional hasta fin de año. No se detendrá sino con una vacuna. Lo crítico: enfrentarlo sin gobernabilidad ni datos fiables; lo peor, con negligentes que esquivan responsabilidades por cálculos electorales y rencillas entre élites.

El retorno a la ‘nueva normalidad’ es un desafío ciudadano para líderes locales, emprendedores y alcaldías pues se trata de una utopía que busca un plan efectivo de reacción, civismo, solidaridad y soberanía. Así, los gestores municipales tendrán que decidir un futuro bajo resultados inciertos de pruebas rápidas, laboratorios médicos improvisados, cierta bioseguridad, la presión por la flexibilidad del confinamiento y la limitada educación sobre prevención. Los alcaldes tendrán que construir barreras protectoras para ancianos, persuadir la buena alimentación y el bienestar, pero con antagonismo entre ricos y pobres.

Otro actor, víctima de la pandemia, es el periodismo independiente cuyo objetivo evoluciona, se adapta: depura y plasma realidades, reinventa e informa verdades contrastadas. Prensa libre, fecunda por narrar historias humanas que equilibran hechos, separan la demagogia burda y humanizan. En plena crisis de derechos humanos y de valores, el narrador se vuelve defensor de la dignidad humana, impulsor de libertades pisoteadas y armadura ante cualquier rebrote de pestes malignas. Desafío valiente contra la paranoia inconsciente y el trajinar explotador del capital financiero.

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