A una renuncia

Daniel Marquez Soares

Hace poco, pudimos ver al presidente Lenín Moreno anunciar orgulloso que Ecuador había recibido una nueva línea de crédito. Teníamos un motivo para enorgullecernos: significaba que quedaban prestamistas que confiaban en nosotros. Pero también había de qué avergonzarse: somos un pueblo que pide préstamos en un lado para pagar sus deudas en otro. La celebración del mandatario pareció el emotivo festejo de un desempleado que afronta una súbita urgencia y consigue una nueva tarjeta de crédito tras implorar hasta el límite: incoherente y prematura, pero comprensible y digna de compasión.

Ninguna persona racional, con conocimientos de aritmética y geografía humana, que valore la vida tranquila, aceptaría gobernar el Ecuador luego de analizar ecuánimemente sus cifras y su momento actual. Solo los patriotas tozudos, los adictos al poder con agenda propia o los culpables con mala conciencia urgidos de tapar huellas de errores pasados serían capaces; y resulta fascinante cómo justo esos tres bandos han terminado dándose cita en el gobierno de Moreno.

El presidente, ante cada decisión y con cortesano encanto, mantiene a los tres en vilo, preguntándose quién será el favorecido, a quién escuchará. Por esta ocasión, ganaron los ambiciosos y los de la conciencia remordida, que consiguieron comprar unos metros más de mecha para el polvorín que tienen debajo. En cuanto a los comedidos patriotas, resulta difícil entender qué persiguen cuando se juegan su prestigio personal y su palabra al insistir en mantener a flote la economía enferma de un pueblo que al final de cuentas optó, en las elecciones presidenciales, por permanecer bajo un régimen opaco y autoritario.

Un gobierno en el que la mayor parte del tiempo se va en administrar egos irreconciliables y extinguir intrigas termina nublando el juicio de sus conductores, como Lucio Gutiérrez y Rafael Correa evidenciaron en su momento, o agotando la paciencia. Ecuador está apenas a una renuncia de terminar en manos de un grupito de jóvenes que jugaron al autoritarismo cuando estaba de moda y quieren jugar con el nuevo juguete de moda: el diálogo. Y para variar quieren que les sigamos el juego.

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