¿Por quién votar?

El camino para restituir la democracia ecuatoriana comenzó el 10 de agosto de 1979. El primer paso fue conseguir un acuerdo civil y militar de transición gubernamental. Siguió una consulta popular y la aprobación de la Carta Magna que funcionó en el periodo de Jaime Roldós Aguilera. Aseguró a la Carta Magna la Ley de Elecciones y Partidos Políticos que reguló los comicios.

Durante cincuenta y uno años concurrimos a 11 contiendas electorales y la participación de 100 binomios presidenciales. En este tiempo se redactaron tres constituciones (1978, 1998 y 2008). A pesar del regreso a la democracia, en 1987 hubo un intento de desestabilización contra el gobierno de León Febres Cordero, en el caso del Taurazo.

Entre 1996 y 2006, hubo un período de bamboleo político. Inició la etapa con la destitución de Abdalá Bucaram, la breve presidencia de Rosalía Arteaga, el interinazgo de Fabián Alarcón, el derrumbe de Jamil Mahuad y el derrocamiento de Lucio Gutiérrez.

En diez años, siete presidentes. Según datos del Instituto de la Democracia, Jaime Roldós logró el mayor porcentaje de votación en una segunda vuelta electoral, con el 68,5 % de respaldo. Rafael Correa, en cambio, obtuvo la votación porcentual más alta en una única vuelta, cuando alcanzó el 57,2 % de votos. En el otro extremo, Lucio Gutiérrez apareció en la primera ronda de los comicios del 2002, con solo el 20,6% de los sufragios válidos.

Las alianzas inventaron y siguen inventando los militares, partidos políticos, grupos empresariales y laborales. Cada uno busca proteger sus intereses a través de convenios. Sin embargo, no hay hasta ahora la posibilidad de un compromiso con todos y un plan político de progreso económico y social, con el objetivo común de apuntalar una democracia duradera.

Según un estudio de Anita Issacs, los partidos políticos han sido definidos como oportunistas, personalistas o elitistas. En muchas ocasiones los líderes los utilizan como máquinas electorales.

Los partidos no tienen coherencia ideológica. Más bien son organizaciones internas débiles y de fácil fragmentación. Como resultado, los partidos ecuatorianos han fallado y no atraen a la lealtad y al afecto popular que caracterizan a los partidos políticos en otras partes de la región. Más bien se los mira con desprecio y hostilidad. En especial en los últimos años con los gobiernos populistas que facilitaron a los corruptos conseguir triunfos electorales.

Entonces, ¿por quién votar? Por un candidato con características de honestidad a prueba de tentaciones de compra y venta del poder. Conocedor de la realidad nacional y consciente que la política es una herramienta de servicio y no de delito. Una persona convencida de forjar libertades. Un binomio presidencial de pensamiento abierto al mundo de la economía, la educación y la cultura globalizada. Necesitamos un gobierno con poder limitado, que excluya aquella capacidad de destrucción y ruina del país.