Fuego y pavesas

No solo es una tradición sino un ritual importantísimo, porque en el monigote están simbolizadas todas las frustraciones que hemos tenido en este año, y con los correazos y patadas que le propinamos, queremos que no vuelvan a nuestras vidas. Pero también simboliza la esperanza de una vida mejor, de un futuro sin tantas complicaciones.

Desde niños nos disfrazamos y pedimos la caridad para el viejito, construimos el escenario y lo cuidamos hasta las 12 de la noche. Luego contamos el dinero obtenido y nos lo repartíamos con los hermanos y primos. Pero eso era cuando no había virus.

Hoy, quemar el monigote simboliza acabar con el virus, y eso es una proyección de deseo que se concreta con todos los muñecos que se han ido confeccionando durante meses. Yo tengo uno verde de Covid-19 elaborado en Manta, pero no lo podré quemar el 31 por la noche.

Necesitamos practicar nuestros rituales y creencias que van más allá de la religión, pues dicen lo que somos como sociedad que ha ido configurando un conocimiento popular, que da explicaciones comunitarias sobre los fenómenos naturales y sociales: necesitamos de nuestros mitos y tradiciones para poder estar tranquilos con la memoria de los que nos antecedieron; aunque sepamos que no será una solución, pero nos dará tranquilidad social.

Nos impiden quemar lo malo, pero permiten que las iglesias abran para rezarle a un dios que poco y nada puede hacer, igual que lo hace nuestro monigote. Sí, la gente se congrega en torno a la pira de desilusiones y esperanzas, como lo hace frente al altar, con el ánimo de que algo sobrenatural cambiará su vida futura o mediante una promesa que se romperá en pocos meses.

Y es que así somos, buscamos la purificación del fuego, así como en Carnaval buscamos lavarnos con el agua y en verano queremos llenarnos de la tierra. El ritual del fin de año nos purifica con el fuego, ascendemos en la hoguera de la esperanza y dejamos la desilusión en las pavesas.