Año terrible

La expresión latina annus horribilis calza exactamente para definir al 2020, que finaliza con profunda huella de adversidad.

Un enemigo invisible se expandió por todo el mundo, con secuelas de muerte, dolor y retraso. Ningún país escapó al virus desconocido y letal que originó lo que la Organización Mundial de la Salud declaró como pandemia.

Nuevas cepas de este mal desconciertan a los científicos, mientras la tan ansiada vacuna ha comenzado a ser aplicada en varios puntos del planeta, produciendo expectativas de fundamentada esperanza.

El infortunio se generalizó, como también la voluntad de superarlo con esa energía que se ha definido como resiliencia. Ante lo que golpea duramente a la humanidad se recomienda protegerse, con medidas primordiales como el uso de mascarillas, lavado continuo de manos y distanciamiento social.

Mientras las cifras de fallecidos y contaminados aumentan diariamente, hay acciones que no se entienden, protagonizadas por personas desaprensivas, por decir lo menos, que no preservan su propia vida y la de sus familiares, por actos de imprudencia o falta de educación y solidaridad colectiva.

Debe haber conciencia que el asunto es de proporciones catastróficas y que requiere colaboración unánime, al interior y al exterior de los países. En este delicado tema la palabrería o demagogia está por demás.

Son tiempos duros los que transcurrimos y los que vienen; se los tiene que afrontar con el convencimiento de que llegará el momento en que serán superadas las circunstancias malhadadas que nos ha tocado vivir. Siguiendo la necesaria corriente de optimismo y para no caer en estados de ánimo que incrementan la fatalidad y agudizan los problemas, recordemos que los latinos tenían también otra expresión (annus mirábilis) que abre las puertas a la prosperidad.