Maradona: un “scugnizzo” argentino

Difícil concebir el amor de Nápoles por Maradona sin tener raíces napolitanas. Puede llamarse “napoletanidad” y se entiende al recorrer las ruidosas calles de la antigua capital del Reino de las dos Sicilias para hallar el lazo entre la ciudad y su origen español, pues fue una de sus colonias más importantes.

La ciudad del Vesubio, el volcán que enterró Pompeya y Herculano, con la erupción del año 79 d. C. y con un santo, Genaro, responsable de lo bueno y lo malo, con curiosas imprecaciones: híbrido entre lo santo y lo profano.

Ubicada en un golfo, cuyo puerto de Mergellina fue testigo de la partida de miles de migrantes, agobiados por la crisis entre la unificación italiana (1861) y la segunda guerra mundial. De castillos junto al mar (Maschio Angioino y Castel del’Ovo). Caminando por la principal calle, vía Toledo, están los “vícoli” (callejones) y se llega al territorio de la camorra: los quartieri spagnoli (los barrios españoles).

Ciudad a la que Roberto Saviano, napolitano y autor de la novela “Gomorra”, describe “como el agujero del mapamundi por donde sale lo que se produce en China, o Extremo Oriente, como todavía se divierten en llamarlo los cronistas”. Ciudad desgarrada por las luchas de la camorra en los ochenta, agrega.

Con el terremoto de Irpinia, de noviembre de 1980, en la provincia de Campania, hubo más desempleo, pobreza y delincuencia. A este lugar, abandonado por las provincias del norte -Lombardía y Piemonte-, que recibían obreros del sur que no fueron al exterior desde el siglo XIX, llegó en 1984 este “scugnizzo” -guambra, en napolitano- argentino de origen humilde, que unió a la ciudad con el Nápoles, equipo que sin Maradona no existía.

Así cantaba el músico napolitano, Pino Daniele, en su himno a la ciudad “Napule é” -Nápoles es- “mil colores, mil miedos, un sol amargo, un papel sucio y a nadie le importa”. “El Diego”, como escribe Saviano, fue “la compensación por todo lo que nunca tuvo Nápoles. Con él había alguien que mantenía una promesa de felicidad que todos habían traicionado”.

Italia 90, semifinales entre Argentina e Italia, jugadas en Nápoles. Logra lo impensable: que el público no apoye a la “squadra azzurra” y sí al “hijo adoptivo y predilecto”. Maradona no fue santo de la devoción de muchos. Unió lo mejor y lo peor de Nápoles. “Igual que un dios, los vicios, errores y crímenes que cometió fueron solo la sombra que hizo al dios aún más luminoso. Igual que los dioses, cuyos vicios los hacían tan semejantes a nosotros”, agrega Saviano. Por eso fue “rey de Nápoles”…