A Baltazar Ushca, en el Chimborazo

Es usted mayor que yo y tiene la edad en que murió mi padre, el doctor Raúl Clemente Huerta Rendón. Le escribo a usted por encima de los andes, desde las orillas del Guayas, caudaloso a las nieves perpetuas del Chimborazo.

Mi río es Capitán de grandes ríos, al decir del poeta José Carrea Andrade. En él se juntan no sólo el Daule y el Babahoyo, sino también, todos los deshielos del gran volcán, por ejemplo, desde el cantón Naranjal se recordará al Chacayacu, que es de piedra bola arrastrada por el agua y luego al Chanchán, golpeando piedra dura e indestructible y también el Bulu Bulu, aguas crecientes que suenan en las noches cuando sobrepasan sus cauces e inundan las cosechas. Arriba en lo alto siguen extendiendo sus alas los cóndores que coronan el escudo de la Patria y que todos los que nacimos en este país llevamos dentro, con la rebeldía propia de Atahualpa, Quisquis, Calicuchima y Daquilema.

Hay tardes en que el río refleja al Chimborazo sobre sus aguas, cuando lo vea me sentiré orgulloso de usted, porque ya no es analfabeto, gracias a un maestro laico. Ojalá podamos reunirnos algún día, igual que el río y el volcán de donde nace con su fuerza telúrica para llegar al mar, en el golfo más grande de toda la América del Sur.

Es verdad que el analfabetismo es peor que la pandemia. Baltazar Ushca, modesto en su certeza del trabajo cotidiano con sus arrugas profundas, con sus ojos tristes y claros, podrá leer estas líneas con los bordes de algún celular, con sus cejas levantadas se preguntará por qué el árbol matapalo, los guayacanes y las maderas de mangle lo saludan y lo felicitan anticipando su navidad.

Al pie del rey de los Andes, que al decir del poeta José Joaquín de Olmedo en el Canto a Junín, su ancha frente inclina al paso del libertador Simón Bolívar, usted vive tranquilo y trabaja, allí donde las nieves perpetuas se expanden entre pajonales y el deshielo da origen a las aguas del Río Guayas.

Baltazar Ushca, a usted lo alienta su familia con amor, sabe cortar y envolver con humildad un pedazo de los Andes, ponerlo sobre el pequeño burrito, su compañero y caminar hacia Riobamba con paso seguro para ganarse el día a día y parar la olla, para no envidiar a nadie, para conversar con Dios entre las luces resplandecientes de la blancura infinita y retornar soñando con amaneceres mejores, colmado de fe y recubierto de esperanza. ¡Qué orgullo!

Sus ojos profundamente tristes por el esfuerzo de chocar contra el viento helado de la madrugada, las alturas mayores a 3.000 metros sobre el nivel del mar, constituyen el presagio de la histórica que debemos vivir en los años que nos faltan. Los dos ya no somos jóvenes de edad, pero no nos han corrompido ni enloquecido las monedas que recibió el Iscariote.

Joven es el maestro que le enseñó a usted y a sus compañeros a escribir el alfabeto, si el día de los reyes que hace honor al mago Baltazar, ojalá nos reunamos, aun cuando fuese por zoom o video llamada.

Ecuatorianos, la dignidad de la persona existe en cada hombre a despecho de la peste y de los codiciosos corrompidos gobernantes.

Un ejemplo es don Baltazar Ushca, que hace honor a su nombre, buscando la estrella que lo conduzca a Belén, al Salvador dentro de sí.

Ésta navidad ha recibido el regalo mayor de su vida, de manos de un maestro laico, que fundó la humilde escuela y le enseñó a unir las letras de su nombre con brillante caligrafía.

Feliz navidad a don Baltazar Ushca se lo dice con emoción un guayaquileño que vive mirando el caudaloso Guayas, porque ambos sabemos que juntos estamos marcados en el símbolo de la patria ecuatoriana el fuerte escudo que llevamos por dentro.

A veces, luego de una tarde lluviosa, su volcán se refleja sobre mí Río Guayas, y yo me acuerdo de usted y me avergüenzo de la inconclusa tarea que tenemos por delante. ¡No hemos cumplido!

Bien por él, porque eso significa que no hay edad para salir de las tinieblas, para abandonar la ignorancia, para graduarse con honores, con capa y muceta, como un verdadero rey de los Andes.

Reynaldo Huerta Ortega

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