Iteración

“La vida es de quien tiene el coraje de vivirla”, se escucha hasta el cansancio, pero no tan fácil. En un verdadero punto de quiebre, la única salida es adaptarse al cambio o morir en el intento. Drástico, ¿verdad? Si las águilas nos pudiesen transmitir el dolor que sienten al llegar a los 40, entenderíamos lo que implica vivirlo.

Imaginen dormir con el temor de herirse por tener un pico alargado y quebrado hacia su pecho, tener uñas tan largas que no consigan agarrar a sus presas para comer y no poder volar por sus alas pesadas y envejecidas. El ser humano es como un águila y no necesariamente debe llegar a los 40 para vivir este proceso. Nuestra renovación no termina con una primera y única ruptura. Es el inicio de un ciclo sin fin y es proporcional la dimensión del quebranto y en muchos casos, el dolor, para crecer. Qué fácil sería si pudiésemos omitirlo o aferrarnos a la monotonía y a la zona de confort para evitarlo.

Es normal sentir un miedo paralizante al aceptar que quebrarnos es la respuesta a muchas interrogantes. Esto, por tres razones. La primera, porque es difícil entendernos a nosotros mismos. La segunda, porque nos da pánico el simple hecho de pensar en lo que implica el cambio. Nos hemos acostumbrado a vivir sin entender lo que buscamos, necesitamos y queremos. Y la tercera, porque es posible que no tengamos ni una mínima idea de qué estamos haciendo con nuestras vidas.

Está permitido refundirnos en el lodo, caernos de cara contra el piso y sentir que el mundo se viene abajo. Lo que no está permitido es encariñarse con el dolor que te produce la ruptura. Romper con nuestras inseguridades, juicios de valor, prejuicios y expectativas permitirá que unas tus piezas con lo que realmente buscas de ti y de tu vida sin limitarte. No te resistas al cambio. Permítete romperte una y mil veces hasta crecer.

@domenicacobof