A un año de las protestas de octubre

María Rosa Zury

Un año de la mayor protesta que agitó al Ecuador en los últimos tiempos. Para muchos de nosotros fue la primera vez que vivimos de cerca una manifestación de ese nivel liderada por el movimiento indígena, grupo que se caracteriza históricamente por reivindicar sus derechos en las calles. Los 13 días de protesta no solo dejaron amargos recuerdos sobre saqueos y actos vandálicos, también dejaron 1340 personas heridas y 11 ciudadanos fallecidos. De acuerdo a las investigaciones, 4 de ellos perdieron su vida a causa del uso excesivo de la fuerza por parte de las instituciones de seguridad.

Un año más tarde, es indispensable exigir celeridad en las investigaciones sobre los abusos policiales, la violencia de manifestantes y que todos los responsables sean llevados ante la justicia para evitar que este tipo de hechos vuelvan a ocurrir. Sin embargo, lejos de preocuparnos por esclarecer estos acontecimientos, el debate público se ha centrado en denigrar a los indígenas, en repeler las protestas o en la famosa dicotomía correísmo – anticorreísmo. Es decir, se criminaliza la participación y se reduce las protestas a un enfrentamiento entre actores políticos internos y externos.

Definitivamente, subestimar las protestas de octubre es un error. Que la gente proteste es señal de libertad, derecho rescatable y necesario en democracia. Asimismo, creer que todos los manifestantes son delincuentes denota la indiferencia de esos días. Quien no fue testigo o no quiso ver la organización y convicción de cientos de mujeres y hombres indígenas rechazar las decisiones de los gobernantes, es ignorar el derecho a la expresión y negar el malestar social.

Teniendo en cuenta que, en Ecuador, aún persisten profundas desigualdades económicas y sociales, el ser tolerantes y sensibles ante las diferencias tanto sociales, económicas como políticas es indispensable. A un año de las manifestaciones de octubre, es importante recordar que todos perdimos como sociedad y como humanos. Hoy albergamos un país fragmentado que no ha podido recomponer su tejido social.

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