¿A dónde vamos?

Nuevamente, el Fondo Monetario Internacional vino al rescate. El esperado anuncio del crédito que se asegura el Ecuador hasta 2022, por un total de $ 6.500 millones, es otro salvavidas sin el cual el país se encontraría ante un escenario aún más preocupante. Sin embargo, la historia se repite: hace casi cuatro décadas que el país depende de créditos externos, que suelen aprobarse a estas alturas del año y que llegan como la primera lluvia en plena sequía, a paliar las urgencias.

Según el Observatorio de la Política Fiscal, en 11 años del segundo ‘boom’ petrolero, el país gastó al rededor de $ 220.000 millones, despilfarrados por el rampante populismo y los intereses electorales.

De todo ese gasto, que entonces tenían el descaro de llamarlo inversión, quedó una infraestructura nacional semidestruida por el terremoto de 2016 y los recurrentes inviernos, una industria y mercado local poco competitivos y un nivel de desempleo y subempleo que, para finales de 2020, se acerca al 90% de la población económicamente activa.

El odio al FMI que abunda en el imaginario popular, si bien poco informado, es lógico. Qué importante sería que, en lugar de mentar a las instituciones financieras internacionales, el reclamo se vuelque a la falta de políticas nacionales que apunten a un modelo de desarrollo a mediano y largo plazo.

Sin un consenso de cuales son las prioridades: sin lugar a duda deberían ser salud y educación; y hacia dónde dirigir la inversión, en lugar de lanzar recursos cual escopeta de perdigones, estos $ 6.500, se sumarán a los desperdiciados millones del pasado y, año tras año, repetiremos la historia.