Decepción en política

En la plaza del pueblo, el charlatán hace gala de habilidades persuasivas, exhibe pomadas y jarabes para todos los males, mientras los aldeanos se dejan engatusar por la palabrería que les convence al extremo de comprar esos productos que, al utilizarlos, comprueba que no les sirven para nada, ya que son de engaño.

Imágenes parecidas se mira en el campo de la politiquería, donde sujetos audaces, diestros en el embuste, la palabra fácil, falaz, empalagosa, sin sonrojarse siquiera por su cinismo, proliferan como mala hierba que invade predios que deben ser para gente de diversa categoría, recomendable por sus motivaciones, valores y principios éticos y morales, tan venidos a menos en la actualidad.

Se ha llegado a extremos de tal desvergüenza que poco falta para que se exhiba como galardón, en la hoja de vida o currículum vitae, el haber estado tras las rejas o sentenciado por la justicia. La gran justificación es el membrete salvador, artificiosamente elaborado de “perseguidos políticos”. La política, como ciencia y arte, es otra cosa, en no pocos casos se la ha prostituido de manera descarada.

Una encuestadora informó que el nivel de aprobación de los legisladores es del 3% y del 2% de credibilidad, por ello no falta quien dice que los políticos ecuatorianos son de a perro, con las debidas disculpas a los nobles canes y a quienes, con pulcritud y capacidad, se hallan en este pantanoso terreno.

Hace falta recobrar el verdadero significado de la política, darle la importancia, el nivel, la categoría que le corresponde. Su práctica, no puede ser la de un circo o la de una mercancía, el refugio de la mediocridad o la delincuencia, sino el escenario donde se llegue a soluciones de interés y beneficio colectivo, mediante la participación de personas con ideales, decentes, instruidas.