Necios

Nadie quiere responsabilizarse de lo que sucede. Después de 40 años de transición a la democracia llegamos al caos económico, desafección por la política y descomposición social, pero nadie reconoce errores y responsabilidades. Entre 1995 al 2005 se gestaron tres golpes de Estado, en un contexto de protesta social, con el tutelaje de las Fuerzas Armadas y argucias dentro del Legislativo, pero nadie dice nada. Del caos surgieron liderazgos de hombres y mujeres que se evaporaron pronto y otros llegaron al poder para no cambiar nada. En otras palabras, hemos vivido largas décadas de gatopardismo, puro y duro: todo cambió para que las cosas sigan igual.

Quienes auparon el populismo de ayer y del ahora con la gestación de varios Mesías redentores están calladitos y agazapados, pero siguen fungiendo de asesores de algunos espacios para “necios” y “reincidentes”. Varios medios siguen abriendo el micrófono a los nefastos y nefastas que son los responsables del caos, salvo algunas excepciones. Ayer, los padrinos del populismo vitoreaban el “clamor popular” y ahora, descaradamente, quieren salir de nuevo a la carga con la misma fórmula velasquista: el eterno ausente. Pero las cifras de la corrupción y la impunidad son la mejor respuesta a los “sapos” que quieren persistir.

Entonces, hay dos fenómenos simultáneos, históricos y sistemáticos: irresponsabilidad y falta de memoria colectiva, ingredientes perversos que calzan perfectamente en una sociedad con problemas estructurales de pobreza, analfabetismo ciudadano, acceso limitadísimo a la salud y la seguridad social, precariedad en las condiciones de empleo, eso cuando hay algún oficio para hacer. No es una mirada apocalíptica, es la realidad, es el Ecuador de siempre con más edificios, carreteras con sobreprecio, jóvenes con maestría manejando Uber, miles de personas mirando Netflix y al otro lado, centenares de niños sin conexión a internet para recibir clases y niñas dando a luz. Desde Jaime Roldós se habla de la fuerza del cambio, pero eso debe empezar con el reconocimiento de lo que somos y el grado de responsabilidad que tenemos en lo que ha sucedido.

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