El único que tiene dinero

El debate público sobre la política y el Estado ya casi resulta inútil, desde que se puso de moda ese burdo moralismo antiestatal. Muchos supuestos demócratas hablan de economía, Estado o fondos públicos recitando un par de ideas anglosajonas mal aprendidas.

Según esta lógica precaria, los ciudadanos financian al Estado con los recursos provenientes de su actividad privada y, tanto los políticos como los burócratas, son meros servidores, empleados, subordinados a la gente. Se supone que todos los ciudadanos son productivos y el Estado es un parasítico mal necesario. Los funcionarios públicos deben ser controlados y tratados con la misma severidad con la que un capataz trata a la mano de obra barata y quienes administren mal o se apoderen de fondos públicos vienen a ser “corruptos”.

Así, para un vanidoso o un rabioso adepto a juzgar incluso todo aquello que no entiende, resulta muy fácil señalar a cualquier funcionario o autoridad como ‘corrupto’ o incompetente. A la larga, si es que se le enseña al ciudadano promedio a creerse ‘productivo’ y que el político y el burócrata son sus empleados, es normal que los trate con el mismo desdén lleno de caprichos que su jefe le dedica a él.

Esa cantaleta funciona bien en los países que la inventaron, dueños de un fuerte sector privado y de una población llena de sentido cívico. Allí el Estado es una creación práctica y un siervo. En Ecuador, desde sus inicios, el Estado ha engendrado al sector privado y al mercado. Curiosamente, los aprendices de libertarios adictos a gritar “corrupción” o “incompetencia” suelen también, como todos, vivir del dinero público: publicidad estatal, asesoría a políticos, litigar contra el Estado, cargos públicos, etc.

Ecuador no es un país corrupto, sino un país paupérrimo en el que solo el Estado tiene dinero. Si es que a uno le molesta esa realidad, lo correcto es no meterse a político, no venderle nada al Estado, no trabajar en el sector público. Aquí, eso requiere sacrificios, pero lamentablemente son muy pocos quienes tienen la capacidad y el coraje de hacerlo.

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