El semáforo no es la vacuna

Cuando el mundo se apresta a aflojar las rígidas medidas sanitarias que nos han confinado a los humanos a aprender a vivir sin salir de casa, y cuando la alegría de obreros y patrones, de vendedores y compradores, de burócratas y funcionarios, de padres de familia y estudiantes, de profesores y emprendedores, empezaba a asomar en sus caras, los médicos epidemiólogos ya nos hablan del peligro de una segunda ola de esta pandemia endemoniada.

Los muertos, en el mundo, se cuentan por centenas de miles, los contagiados por millones, los fallecidos por decenas de miles, pero esta advertencia destaca que dichos números podrían elevarse hasta duplicar o triplicarse.

La verdad es que desde hace aproximadamente la humanidad no ha sentido el temor, el miedo a causa de un enemigo invisible, diminuto, pero que está allí, escondido, a la salida de la casa, en el transporte, en los productos que se venden en el mercado, en la mano extendida de un amigo, de un familiar, en un te quiero. Ese enemigo es el culpable de que hayamos recuperado la humildad porque nos demostró nuestra pequeñez; nos obligó a pensar en la solidaridad porque pudimos comprender que sin el otro no podemos vivir.

La ciencia es nuestra aliada y ella ha demostrado su efectividad cuando la política decidía complicar todo. Esa misma ciencia que en siglos anteriores logró vencer otras pandemias, ahora está trabajando aceleradamente en busca del arma que sea efectiva para vencer la enfermedad, pero esa ciencia no podrá hacer nada si no hay un asomo de disciplina y cuidado en cada uno de nosotros que debemos someter nuestra voluntad al instinto básico de sobrevivencia.

La vacuna está en camino. Llegará el día que deba llegar, o sea, en cualquier momento. Pero hasta entonces la factura que la humanidad está pagando es muy alta y podría, si la indisciplina y al ansia desmedida de volver a la rutina de antes de esta pandemia, elevarse mucho, muchísimo más. Serán mis familiares, mis amigos, mis conocidos, o quién sabe, yo mismo, el que estará incluido en dicha factura.

Va siendo hora de serenarnos, de pensar y meditar. No se trata de semáforos que enciendan las luces rojas, verdes o amarillas. Se trata de sobrevivir, de estar sanos y fuertes para que cuando llegue el día en que nuestro brazo recibe la vacuna, podamos salir sonrientes a seguir trabajando, a seguir en el esfuerzo cotidiano que nos permite llevar el alimento a nuestra boca y a la boca de nuestra familia.