Se va un maestro

Lo conocí corrigiendo textos, yo era un estudiante universitario, y él llegaba con una fama de haber trabajado con Lezama Lima. Trabajar con él siempre ha sido un placer, un aprendizaje continuo y más que nada un viaje de amistad.

Es el que más ha estudiado la obra de Benjamín Carrión, el extranjero que ha recuperado la obra de Montalvo y lo ha hecho personaje de dos novelas. Poeta, cristiano y ante todo, un gran ser humano. Así es Alejandro Querejeta Barceló, un amigo entrañable, que se jubila del diario oficio del periodismo, pero que no deja de enseñarnos con su mesura, con su tranquilidad y su sabiduría.

Su labor ha sido como la del monje copista, que de manera laboriosa y preciosista ha ido puliendo el oficio y la palabra. Como poeta, su trabajo silencioso y sin posturas es encomiable, pues escribe con el lujo del español del siglo de oro y la sencillez diáfana de un conversador que dialoga y da la palabra a su contertulio.

Como periodista se ha fogueado en todos los géneros de la prensa. Como maestro, ha sido un gran formador de varias generaciones de periodistas, a pesar de los encontronazos con el poder autoritario.

Alejandro Querejeta es una persona que puede salir tranquilo a la calle, sin que la señalen, como a los charlatanes políticos que fungen como periodistas, pues desde su trabajo diario ha enarbolado la ética más pura y transparente que un ser humano sin rencores ni odios puede aplicarla.

Hoy deja oficialmente el periódico que por décadas fue su bastión y su trinchera, desde donde convocaba a múltiples puntos de vista para generar opinión y proponer temas de discusión. Su labor siempre fue de guía y no de imposición.

Hoy se repliega al descanso merecido, se acoge a la jubilación, entrega el espacio que otros deben pelear, pues como un buen guerrero sabe cuándo retirarse de este oficio, mas no de la lucha diaria por encontrar las palabras precisas para narrar, para describir o para enseñar.

Gracias, Alejandro, por la amistad, que lo demás ya es anexo.

[email protected]