Separar los problemas

Muchas veces creemos que somos inteligentes por saber resolver perfectamente problemas de libros de texto y olvidamos que en el mundo real la cosa es muy diferente: es difícil identificar y plantear el problema, no estamos seguros de qué recursos tenemos a nuestra disposición, no sabemos cuál es el método de resolución apropiado y, sobre todo, no existe hoja de respuestas para decirnos si estuvimos en lo correcto o no. La mayoría de las veces, identificamos mal el problema, partimos de recursos que luego resulta que no tenemos, elegimos el método equivocado y, al final, ni siquiera nos queda claro si es que resolvimos el problema o no.

Por ello, para empezar, lo primero que los ecuatorianos necesitamos entender es que estamos ante cuatro problemas, cuatro crisis, diferentes. En orden de importancia, la primera, y la más grave, es la transformación mundial del trabajo, la riqueza y el balance de poder, con la convulsión mundial que conlleva. Ante esto, dada nuestra intrascendencia, Ecuador debe simplemente elegir un bando al que seguir y al que emular, ser leal y buscar pasar desapercibido.

La segunda es la transformación sociodemográfica de Ecuador, que, de ser un país rural, joven, poco poblado y pobre, se ha convertido en uno urbano, ya no tan joven, con un mercado significativo y de renta media. Esto exige una liberalización general a largo plazo que permita que nuestras instituciones, ya obsoletas, se adapten a esa nueva realidad.

La tercera es el colapso del modelo político y económico actual, producto de una racha de malas decisiones reñidas con la voluntad de la gente; la primera de ellas, el infame golpe de Estado de 1997. Ante esta, bastan la democracia y la transparencia; al final, la verdad acerca qué somos y qué queremos se impondrá por encima de las mentiras que hemos terminado creyéndonos.

La cuarta, y la menos grave, es la pandemia producto del covid-19. Más allá de tragedias personales y pánicos momentáneos, incluso en el peor de los escenarios el virus por sí solo carece de la capacidad de dañar de forma irreversible nuestra sociedad.

Debemos enfrentar las cuatro crisis, pero con prioridades claras y sin dejar que lo emotivo nos distraiga de lo verdaderamente importante.

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